miércoles, 18 de diciembre de 2013

Comfortably numb

Y estás ahí, a punto de conseguirlo. Ya casi puedes tocarlo, acariciarlo, cogerlo. Sientes que flotas como si nadaras en medio de un sueño, y el movimiento fluye, te arden las mejillas y sonríes de esa manera tan idiota. Ya estás tan cerca... Tan cerca que puedes sentirlo. Tu corazón estalla e inventa un nuevo latido, más lento, más fuerte, más pesado, y es lo único que realmente notas como tuyo, como parte de ti. 
Tus músculos no tienen fuerza, no los sientes, no te pesan. Y cuando miras, ves a cámara lenta pero no te importa. Es la sensación más maravillosa, como si el tiempo se hubiera detenido. Por fin, por fin, y ya estás tan cerca... Sólo unos pasos más. El aire entra en tus pulmones como si no lo necesitaras realmente. La libertad no puede ser menos que ésto. 
No hay dolor y el humo se aleja. Tus pasos se vuelven más largos pero no avanzas, y no comprendes qué es lo que pasa. Tu visión no es nítida y te esfuerzas por ver a través de brumas que no existen. ¿Qué es lo que pasa? Y comienzas a sentirlo. 


Un frío te baja por la nuca y forma la silueta de tus hombros, baja por tu espalda y se mete dentro. Tu sonrisa ya se ha borrado y entornas los ojos sorprendidos. Tu cuerpo se halla suspendido en medio de un algo extraño, un frío tibio, una tibieza helada que te lame las entrañas. El latido lento se encoge cada vez más, hasta casi doler. Sientes como si algo se viniera sobre tu cabeza, y entonces algo te agarra y te da la vuelta. Caes primero con tus ideas, después le sigue tu propio peso. Notas la tensión en las articulaciones, bajo la piel. Hace un segundo mirabas de frente y flotabas; ahora caes inexplicablemente y miras desde abajo, con una lentitud pasmosa que casi detiene y suspende tus sentidos en un gesto de sorpresa. No lo esperabas, pero te has hecho plomo y el vacío se hace contigo. 
Cierras los ojos y notas como cede, ese único sonido, inconfundible. Las nubes se mueven, se condensan, el humo es blanco, respiras agua, el barco se aleja. Las olas mecen tu cuerpo, alternando, adormeciendo tus sentidos de nuevo. Sus labios se mueven, su aliento te roza y tú sigues cayendo. 
Recuerdas aquella luz, cómo te elevabas por encima de todo. Es casi como si lo vieras, como si un reflejo se apareciera frente a tu cuerpo inmóvil. Sientes el frío y quieres luchar. Tus brazos pesan demasiado, tus ideas a penas se conectan a la realidad y el sueño te pide paso. Y quieres despertar, girarte, moverte, gritar. Tu voz te ha abandonado y tu visión es una pequeña rendija entre tus párpados. Tus labios se separan, necesitan moverse y no encuentran palabras comprensibles, pronunciables. Te lleva. Te dejas. Caes hacia atrás. La luz se va yendo y tu cuerpo ya no es tuyo. Sientes esa cárcel pero ¡estás tan bien! Y no quieres, y no puedes. ¡Estabas tan cerca! 

Las nubes van separándose. El muro de humo va desintegrándose. Sientes los pedazos un tanto helados. Tus ojos se cierran. El barco ya no se ve. Y tú te alejas, caes, y todo muere en algún lugar profundo de tu mente. 

martes, 3 de diciembre de 2013

Stay close to me

Un paso más allá, o dos, no lo sé, pero situado en otro plano. Superior, inferior, qué más da. No importa si está por encima del nivel del mar, o si está más arriba de las nubes. El cielo y el agua se tocan, se unen y se confunden. Su perfil recortado contra el atardecer es una silueta negra, y detrás de su figura, rebotando los rayos en sus gafas, el sol se va tragando al agua, o el agua engulle al sol. Y su sonrisa no es de este mundo, ni quiero que lo sea. 
Arriba la luna comienza a ganarle terreno a su amante y este trozo de sueño va cambiando de escenario. ¿Podría decirme alguien dónde estamos? Pero ni si quiera sabemos en qué día vivimos. Quizá porque no queremos saberlo, quizá nunca lo supimos. Sus pies descalzos rozan la superficie del río, dibujando ondas, rompiendo el reflejo de nosotros mismos. Su cara y la mía nos miran desde abajo y nos sonreímos. 
La tarde se va yendo lentamente o eso perciben mis sentidos. Noto mi pulso muy lejano, como si no fuera mío. Algún soplo fresco llega y nos revuelve el pelo, levanta hojas, se lleva algunas flores. Noto su mano buscándome, siento su caricia y, con los ojos cerrados, no puede haber nada mejor que esto. Es como si toda la vida lo hubiera echado de menos.
Y ahora estamos aquí, quién sabe exactamente en qué punto cardinal, en qué lugar concreto. Prefiero imaginar que no hay brújulas que marquen algún camino hacia nosotros; que no hay mapa en el que situarnos; que fue el azar quien escogió nuestros pasos; que fue la suerte quien unió nuestros labios. 
Se hace de noche y noto su brazo alrededor, me levanta un segundo e imagino que vuelo. No hay lugar más seguro para mí. No hay mejor sensación que el calor de su cuerpo. No hay otra realidad mejor que este sueño y no, no quiero vivir más allá de donde estén sus alas.