"(...) Correré. Correré tan rápido que al final nada ni nadie me alcanzará. Y llegaré a tu lado, para mirarte a la cara y ver el rojizo de tus mejillas sonriéndome. Entonces aparecerá ese hoyuelo tuyo y me enamoraré más y más.
Correré sin parar, aunque me resbale, tropiece o tenga que saltar. Actuaré, sonreiré, miraré, lucharé, viviré. Llegaré a la cima, a la cima de tus besos, allí donde nadie ha anidado aún jamás, salvo en tu pensamiento.
No arrancaré los pétalos de las rosas que me vaya encontrando, dejaré que el aroma de la primavera ya olvidada me nuble los sentidos, pero no me hará volver. Iré por encima de todas las plantas venenosas, de las víboras que muerden en cero coma. Ya sé que hay cosas que se tienen o no se tienen, pero no quiero pasarme la vida buscándolas para enseñárselas a todo el mundo. Eso es cosa de altos vuelos y rápidas y fáciles caídas.
Busco las plumas para construirme las alas, no quiero ser como Ícaro, por eso a ras de suelo, por eso polvo del camino, por eso nubes y tormentas y caer en el barro. Quiero la sensación, tocar y transmitir, así como cuando me miras a los ojos y se me pone la carne de gallina. Así, intuición.
Sabes que sobran las palabras, que las noches son demasiado cortas pero que el tiempo nunca deja de ser relativo. Unas pocas horas pueden ser el mayor placer de la vida, de mi vida y quiero compartirlas contigo.
Quiero y voy a llegar a la cima, y cuando llegue, si el sol se va, entonces pasaré la mejor noche, la más tranquila, el mejor sueño, y cuando esté amaneciendo, me despertaré con la caricia dorada del final del viaje. Y entonces aparecerás tú, surcando los cielos y yo me lanzaré al vacío, por fin, a la dichosa caída libre, a la suspensión de todos mis sentidos, al olvido del mundo entero, a entregarme por fin, sabe dios a qué y con qué fin. Pero sé que seré feliz. Y por eso correré, para aprender a volar (...)"
martes, 19 de junio de 2012
jueves, 14 de junio de 2012
Junio I
Un sol radiante que
entra por la mañana como para despertarme a la fuerza… Me giro hacia la pared;
no me importa, no tengo nada mejor que hacer. La suerte, las ganas y esas
cosas, hace días que se las llevó el tiempo. Cuando caiga el último grano de
arena de ese reloj invisible, a lo mejor me levanto, a lo mejor vuelvo a dar un
paso y luego otro.
No tengo prisa. No
tengo tiempo. No tengo fuerzas ni tan si quiera para hacer el mínimo gesto. Es
Junio. Otro soleado y maldito día de Junio. Y seguramente es lo que tantos están
esperando, lo que tanto ansían unos y otros, pero no quiero, no me apetece,
¿por qué y dónde está escrito que yo tenga que satisfacer a nadie? Ni si quiera
yo sé lo que quiero, únicamente sé lo
que no quiero. Y hoy no quiero salir de aquí.
Debajo de las sábanas
el mundo puede imaginarse de mil maneras, ¿verdad que sí? No tengo que hablar
con nadie, ni si quiera conmigo misma. Aquí sobran las palabras, incluso los
sueños. A veces no hay mejor escenario, tanto para realidades como para fantasías,
como para reír, como para llorar. Y tengo ganas de llorar, claro que sí. Puedo
reprimirlas pero me entra un dolor de cabeza brutal, como si fuera a estallarme
en algún momento.
Todo lo que no supe
entonces, ahora lo sé muy bien. En realidad sí lo sabía, pero seguramente no
quise verlo. Clavos ardiendo, ¿alguien sabe lo fácil que es agarrarse a uno?
Eso es lo que he hecho siempre, hasta el último momento, aunque no sepa luchar.
Puede que viva con la cara a ras de suelo pero, ¿sabes qué? A veces no está tan
mal. A veces no se puede bajar más. Soy consciente de que nunca, nunca he
tocado fondo de verdad y espero no tener que hacerlo. ¿Por qué? Porque hay
quien siente un placer tremendo al aparecer en las vidas de los demás y sentirse
abanderado del padecer de alguien, se sienten héroes, quieren ese
reconocimiento y que les agradezcas toda la vida lo que han hecho por ti. Pero
no, gracias, aún tengo a mis padres como para dejar que otros se lleven su
honor.
Decía que las sábanas…
Sí. Sábanas. Ya… Hay quien deja huellas aquí, ¿sabes? Bueno, lo sabes de sobra.
A veces pienso que ese ha sido mi mayor, dejarte entrar… ¿para qué? A la mañana
siguiente era todo adiós, muy buenas, y se acabó. Te ibas tan tranquilamente,
casi sin mirarme a los ojos. ¿Acaso crees que no sé por qué era? Realmente no
tengo ni que preguntártelo, me lo imagino y con eso me basta como respuesta.
Pedirte explicaciones sería... ¿una derrota en toda regla? Probablemente.
¿Y tengo valor para
esconderme? Sí. El mismo que tengo para no enseñarte el orgullo herido. No tengo
por qué sacarlo a relucir. Es poco y es sólo mío, pero sigue siendo orgullo.
Claro que me escondo, y seguiré haciéndolo. El resto del tiempo que pase o paso
fuera de este mullido escenario es para montarme como un puzle y que no se vea
que me faltan tantas piezas, hacer que no se note que algunas son pintadas y
exhibir una sonrisa tatuada.
A ti, a tantas
mentiras, a tanto decir, a tanto soñar… os agradezco los altos vuelos desde
donde me he caído. Sé que es inevitable, pero no hace falta engañar. En ningún
momento te mentí, y no quiero reproches, no quiero señalarte y decir “Por tu
culpa yo…”. Nada de eso. Realmente no es mi culpa tampoco. Es lo típico, ¿no?
Por mucho que quieras frenar si tienes que ir cuesta abajo y no puedes dar
media vuelta, entonces sólo puedes seguir ese camino adelante.
Y me caí. Recuerdo aquella
curva que tanto miedo me daba de pequeña, cuando me imaginaba tirándome por
ella en monopatín. ¡Ja! Cuántas veces intenté encontrar el modo de esquivarla…
pero siempre pensaba igual: “Si freno, igualmente voy a chocar, y de todas
maneras, ¿cómo voy a frenar?”. Pues es algo parecido.
Ahora, hace hoy un año,
tú estabas a mi lado, riéndote de tonterías varias, contándome historias de
sabe dios qué épocas, buscando excusas y excusas para que pudiera reírme
contigo. Ahora, un año después, me siento desinflada, sin encontrar el modo de
llorar. Y he intentado quedarme con lo bueno, únicamente con lo bueno, pero su
sombra sigue planeando sobre mi cabeza. Lo siento, por mucho que te quiera, no
puedo no ser egoísta y desearte que seas feliz. Con ella... Y me sale la
sonrisa de pobre idiota al pensar que llegué a creerme que no estaba ahí.
Tengo los labios
completamente rotos de tanto morderme cada vez que pienso, cada vez que me
atacan esas malditas ideas. Tengo los párpados hinchados, ojos tipo sapo. Sigo blanco
flexo debajo de las sábanas y mientras pueda, voy a seguir ignorando cada
maldito rayo que entre por esa ventana. Lo siento por mí, se acabó, pero en
realidad no tengo nada más que perder. Al menos en estos momentos.
jueves, 7 de junio de 2012
Ñañañaña...
El horizonte es sólo una línea invisible que separa el agua del cielo. El color de la tarde rompe la monotonía azul que viene cayendo, al tiempo que imagina su figura, marchándose a pasos lentos. El agua se traga el reflejo de la luna que se asoma, tímida, a su espejo, y le revela las dudas que nunca fueron más que sabios y olvidados consejos. El aire le mece el pelo, mechón de reflejos dorados, camomila en el aire. Pero ya no vendrá en busca de su aroma, a enredarse en ellos. No más caricias melocotón-mejilla. Roce de labios rojo-fuego y mordida. Adiós locura nocturna, hay sonrisas que se apagan y besos que saben a poco.
Poco a poco mira hacia abajo. Las piedras del suelo se han vuelto plateadas. Miles de caminos inventados que no llevan a ninguna parte. Selvas enteras por descubrir. Las lágrimas se escapan por donde pueden, buscando un hueco donde caer. Su mano cubre la rosa, que muda, solloza en silencio lo que una promesa nunca dicha pudo romper.
Poco a poco mira hacia abajo. Las piedras del suelo se han vuelto plateadas. Miles de caminos inventados que no llevan a ninguna parte. Selvas enteras por descubrir. Las lágrimas se escapan por donde pueden, buscando un hueco donde caer. Su mano cubre la rosa, que muda, solloza en silencio lo que una promesa nunca dicha pudo romper.
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