martes, 17 de abril de 2012

Máscaras


Hay veces que cerrar los ojos es tan, tan peligroso...Y que al abrirlos encuentres cosas tan dispares que ni imaginabas que pudieran pasar. O tal vez, simplemente, por casualidad, o no tan casualmente, suceden porque todo lo que conoces está revestido de mil maneras diferentes. Sí, debe de ser eso.
Quise correr para encontrar un sitio en primera fila, y hube de conformarme con quedarme en el medio. No podía escuchar bien la función, así que no tardé en quedarme dormida de puro aburrimiento, no por falta de entretenimiento sino por no poder entenderlo.  En fin...Debí pensar en algún momento, antes de que el sopor me llevara a doblar el cuello y encadenarme los ojos.
Y cuando desperté en mitad de un torbellino, pude ir apreciando los cambios lentamente.
El hermoso teatro, se había tornado rojo oscuro. El escenario, vacío al principio, aparecía repleto de personajes con grandes máscaras blancas de ojos negros, sin boca; de colores; con plumas y mil diversas formas que sólo caben en la imaginación. Todos allí, callados, mirando hacia el público. Entonces me percaté de mi soledad frente al escenario.
Mientras mi mente rumiaba los recuerdos precedentes al momento standby, el escenario comenzó a vibrar, y de detrás de las cortinas de terciopelo granate surgieron dos enormes ruedas de madera, color marrón oscuro, similares a las del engranaje de un reloj.
Ambas se juntaron en el escenario y comenzaron a rodar. Las figuras enmascaradas se posicionaron formando dos círculos que corrían en direcciones contrarias uno dentro del otro, cambiando después varias veces de sentido. Y yo seguía anonadada, sin moverme, sin saber qué decir. Entonces pararon y todos corrieron a formar un único círculo de cara al escenario, con una mano tras la espalda. Seguidamente, mirándome, si es que podían ver, todos mostraron una rueda similar a las otras dos mayores. Todos se giraron hacia el que tenían a su derecha o izquierda, sujetando las ruedas, para que encajaran perfectamente, y de repente, todos desaparecieron.
Las ruedas comenzaron a girar en el aire a la par que las otras dos lo hacían, y una risa oscura y estridente de fondo. Comencé a marearme, y miles de máscaras que reían sin boca aparecieron flotando, estrellándose contra mí. Yo no podía gritar, no podía levantarme, tampoco servía de nada que me tapara los oídos. Entonces apareció una máscara muchísimo más grande, procedente del centro del círculo de engranajes, blanca nacarada, brillante, sin boca y con dos ojos enormes imitando rendijas; se alargaba en las sienes formando un extraño pico, de donde emergían plumas o pelos de color blanco, similares a los pelos de una loca o a los de Albert Einstain.
Parecía querer tragarme y abrí la boca cuanto pude, sin emitir sonido alguno, mientras ésta me traspasaba.
Cuando desperté, continuaba sentada en la mitad de la grada, en la total oscuridad y en silencio. La gente miraba embelesada la función, con caras de alegría, de nostalgia, de enfado, de frialdad...Y a mi alrededor, un gran hueco de sillas vacías.

domingo, 15 de abril de 2012

Septiembre (II)


(...) Serían las 7, más o menos, y el cielo ya clareaba, con el sol rompiendo a lo lejos. Él me abrazaba, sentado por detrás de mí, y tarareaba una canción que me encanta. Eché la cabeza atrás, apoyada en su hombro, y cerré los ojos. Deseé que por nada del mundo se fuera, por nada, absolutamente por nada. 

-  Si te quedas dormida no pienso despertarte para que lo veas.

Abrí los ojos y los primeros rayos de sol ya nos alcanzaban. Lo miré y sonreía, pero yo estaba a punto de llorar, y me estaba costando la vida contenerme. Sacó mi cámara del bolso y empezó a hacer fotos. 

-   Y no quiero que se te olvide nunca esto, todo. El sol, las nubes, el olor a hierba mojada, a ti, a mí… 
- No. – le dije temblándome la voz.
-  Y no vas a llorar porque no va a ser un punto y final, sino a parte, un pequeño paréntesis en tu vida (y la mía) hasta la próxima línea.

Me dio un beso en la frente y me abrazó. En realidad tenía un nudo en la garganta; sentía que había un millón de cosas que quería decirle antes de que se fuera; muchas cosas que explicarle; la necesidad de tenerlo a mi lado. Y sencillamente no pude. Sentía que estaba a punto de explotar y que una vena, una especie de latido en medio de la frente iba a reventarme la cabeza. Pero estallé.
Él me cogió en brazos y me prometió mil cosas. Intentó tranquilizarme, decía que yo ya sabía lo que era aquello, lo que iba a pasar. Que si él pudiera detener el tiempo, que claro que lo haría, cómo no. Sí, sabía esas cosas. Todas aquellas que no dijo, que no se atrevió a decirme porque sabía que no me las creería, y también porque no iba a salir del paso. Las mismas cosas que yo no fui capaz de decirle. (...)