domingo, 22 de marzo de 2015

()

Desde luego, cada día estoy más convencida de que hay gente que hace fuerza por hacerte sentir mal, que sobras hasta en el mapa. Ya me gustaría poder decir: "Esta boca es mía" y marcharme, muy lejos, muy lejos. No tener que depender de nadie, no tener que volver a estar aquí, ni tener que estudiar esta grandísima mierda. 
No sé qué le pasa a la gente que no pilla las indirectas. La gente que se le llena la boca diciendo que no, que tienes que comprender, que no puedes hablar. Ya. Para dar lecciones todos somos muy acordes, para putear ya ni te cuento. 
A veces me gustaría saber en qué momento me dieron doble o triple dosis diaria de gilipollez cuando era feto o después. Simplemente para cogerme y darme dos hostias al grito de "¡ESPABILA!", y ser de verdad la perra mala egoísta y egocéntrica que debería de ser. 

sábado, 21 de marzo de 2015

Fire is the devil's only friend

Para qué explicarlo si se va a malinterpretar, a entender lo que sea a favor de lo que uno piensa. Es lo bueno y lo malo del lenguaje, que se puede manipular a conveniencia. Qué pena que la objetividad misma o las caras de las personas no sean pantallas donde todos puedan ver lo que pasa. Porque me gustaría, y mucho. 
¿Ésa es la única razón? 
Na. Más allá de mi única media neurona está la realidad, y sabe que no podrá comprenderla nunca. Lo único que alcanza a comprender es que si entre X personas, soy multitud, lo lógico es que me sienta como una puta mierda. Hecho del que nadie se percata. Hecho del que no puedo decir nada, porque obviamente, cada uno hace lo que quiere con su vida y yo no soy nadie para obligar, impedir, entrometerme, etc.. Lo único que me parece importante subrayar es ese hecho mismo: que a nadie le importó que me sintiera como una puta mierda, o que me pudiera sentir así. ¿Por qué? 
Aaah... Ésa es la cuestión. Mi teoría es que hay espacios en los que una persona no cabe, como es mi caso (entre otros muchos, éste es sólo uno de ellos). Independientemente de eso, se te pueden dar a entender las cosas, lo pillas y no pasa nada, no entras y fuera. Otra cosa es que te restrieguen en las narices las cosas, que sea descarado, y que la cosa vaya subiendo de tono, hasta el punto de que hasta estar presente o pasar de largo te sea incómodo. 
Pero no, queda más bonita la malinterpretación. Quien se enfada tiene la tarea de desenfadarse, además. Es delito darte cuenta de que en muchos aspectos importas poco, muy poco, poquíiiiiiiiiiisimo. Sólo eres una niñata de 23 años, como muy bien dicen. Lástima que a esta edad a mí me hayan estado importando estas cosas, cuando parece ser que lo correcto es que no debía preocuparme. 

jueves, 19 de marzo de 2015

The wrong side, the same shit (from me to myself).

Lo que pasa es que la gente se junta, se pega, se vuelven bola de plastilina, de muchos colores, pero bola uniforme, y yo me quedo fuera. Fuera de no saber, de no entender, para luego ver cosas. Y ves que nada es lo mismo, sin saber muy por qué, porque obviamente, siempre se acaba haciendo al contrario de lo que se dice. 
Y cuando te quedas fuera, cuando te das cuenta que las conversaciones son entre dos o más, pero no van contigo; cuando te percatas de que hay un algo donde nunca llegaste a entrar; que nunca nada fue lo que parecía; cuando te ves al fondo del cajón, mirando la luz y la risa, creyéndote que tu rato de felicidad duraría algo más, todo se viene abajo y comprendes. Comprendes que no mereces confianza, que no te la dieron nunca. Comprendes que lo que no has hecho tú, otro sí lo han hecho contigo. Que es cierto que coges el brazo muchas veces, pero es más fácil darle la vuelta a la moneda y mostrar sólo la parte mala. Pero, ay, ay, si a ti te molestan las cosas... Si te enfadas, si no hablas, si no miras, si haces por no escuchar, por no tratar de meterte en una conversación, cuando nadie te da vela en ese entierro, en esa risa, en esa comprensión, en esa amistad, en ese trato, en esa confianza... Si comprendes que sobras, que estás de más, que siempre estuviste de más. Encima te haces la víctima, no te puedes ofender, porque tú siempre serás peor, inferior, la mota del ojo que siempre molesta, la mierda contra la que no hace falta ni decir dos palabras, no merece la pena. 
Cuando te das cuenta de que sólo has sido un cero a la izquierda, ¿qué se puede esperar que hagas? 
Que agaches las orejas y pidas perdón lo antes posible, para volver al fondo del cajón, como buena cría que eres, que entiendas que ése es tu sitio y que nadie tiene que respirar contigo si no quiere. Ya en algún otro momento, si es posible, si se acuerda alguien, ok, entonces quizá. Y mientras, te sientas a esperar que se te pase la tontería, por mucha llantina que te dé (rabietas de niña infantil), por mucho que te duela (victimismo de niña infantil), por más que no lo soportes (niña infantil que se cree en la situación límite), por más que. 
Hay que ahogarse en el agujero, jugar al escondite, no hablar, no decir, no interrumpir, mientras se juega a los secretitos. 

sábado, 14 de marzo de 2015

Siempre

Pierdes la cuenta de lo que has hecho mal. Pierdes la cuenta de tantas cosas que con seguridad te lo mereces. Y te vuelves loca con manía persecutoria, ves todo lo que no es, piensas todo lo que no es, y te equivocas, claro que sí. Pero hay una parte de ti que te dice que no, que no es del todo cierto, ni una cosa ni la otra. Que no está mal aceptar las cosas, pedir perdón cuando hay que hacerlo, que el rencor no sabes ni lo que es por eso de que no juntas dos ideas.
Un día te das cuenta de que esa vocecita que nunca escuchas a un volumen alto, ésa que es la última que se pasea por tu cabeza cuando estás dejándote dormir, vuelve a tener razón. Todas las ideas estúpidas se juntan en un puzzle y, ¡anda! La verdad no era tan mentira como tú creías. Y vomitas, vomitas todo lo que hay en ti de la forma que sea. 
No sabes cómo arreglar las cosas pero tampoco crees que se puedan arreglar. ¿Para qué? El mejor desprecio es no tener aprecio, la indiferencia y la falta de confianza. Tú te crees todo lo que te cuentan, no desconfías de nadie de tu entorno. Adviertes lo sumamente difícil que eres, que un día serás una decepción, avisas y avisas, pero no te creen, no te toman en serio. Sólo eres una exagerada y una mentirosa. Hasta que pasa, lo ven, se decepcionan y que te den por culo. 
Ésa es la frase: QUE TE DEN POR CULO. Y a partir de ahí, simplemente empieza a darte igual todo, porque siguen importándote más las personas, los sentimientos, que dejar todo ahora mismo, y el ángulo desde el que los demás ven las cosas es todo lo contrario al tuyo. 
Lo único que sabes que quieres con certeza es dejar de sentirte así, que te duele, que te importa, que te molesta. Pero no tienes nada que decir, no quieres nada, sólo dormir, desaparecer y no tener que volver a pasar por lo que ya advertiste muuuuuucho tiempo atrás. 

Que eres una puta cría, una puta niñata que no sabe qué hacer con su vida. Los demás se dan cuenta un día, una vez, tú todos los días, 24 horas seguidas. Y eso es incomprensible, cómo no, a estas alturas... ¡Que te andes con estas tonterías! Porque no tienes voluntad, porque eres pesimista, porque tienes que cambiar, porque todo el mundo lo puede hacer, porque si quieres lo haces, porque porque porque... ¡BUUUUUUUM! 
Y ése es el abismo del que siempre hablo: yo tengo que. No me escuches si no quieres, no me sigas el rollo y olvídate. Pero no me busques ni en lo bueno ni en lo malo, y eso implica indiferencia. Otra cosa es tener vergüenza, que no todo el mundo la tiene y dejar de hacer daño adrede. 
Igual soy una puta cría, una cobarde, una no sé qué, una no sé cuánto. Vale, lo admito, perfecto. Y lo mismo no soy la única cosa podrida del universo. 

martes, 10 de marzo de 2015

It's simply the best

Si pienso en la palabra incontenible, veo un mar oscuro, azul y gris, chocando incansablemente contra un acantilado desde el que me asomo. Podría derrumbarlo, sólo necesita impulsarse con más fuerza: atrás, adelante y sería suyo. 
Algo parecido es lo que hago con los límites. Luego me queda esa sensación de no saber quién he sido hasta ahora, hasta el momento en el que vuelvo a replanteármelo, después de haberla cagado sobradamente. 
No sé si es el hecho de haber perdido el control y haberme dejado llevar por la locura, la incertidumbre por querer y no saber cuál es la imagen que realmente proyecto, o si es de nuevo mi negativa a querer buscar excusas que me eximan de la culpa. O todo a la vez. 

Nada importa. Eso no importa. Esto tampoco. La cosa podrida que soy a todas horas, bajo sol o sombra; la nube que no se va; las tormentas que me persiguen y me empujan a querer dormir eternamente, etc., esas cosas sólo las oigo yo, obviamente, dentro de mi cabeza. Y cuando salen, el mundo puede contemplar horrorizado la misma oscuridad. Es hora de volver a cerrar el chiringuito. 

La coherencia, el compromiso, la bondad, la predisposición, los detalles, la inteligencia, la voluntad... Son cosas de las que he carecido toda mi vida, y me sorprende, y se sorprenden, de conocerme al cabo del tiempo y darse cuenta de que no han estado ahí, que nunca lo estuvieron. No me importa reconocerlo, que se me responsabilice de mis defectos, pero, ¿qué se supone que tengo que hacer si, de repente, de la noche a la mañana, todo cambia y no sé por dónde sale el sol y dónde suenan las campanas? Agacho la cabeza, ¿y qué? ¿Qué viene después? 

Una sabe cuándo sobra. Cuándo todo se da la vuelta y no sabe en qué suelo está caminando. Y juro que si grité y lloré como loca, como no, loca realmente, era porque temía que pasara. No sé cómo, en qué momento exacto, de qué manera, pero las pesadillas se hacen realidad. Por eso lo único que espero de una persona es su respuesta, el toque de la confianza que me diga: ¡Eh, para!, pero no me sirve cuando es demasiado tarde. Siempre lo diré, incluso en números pares, en un uno y uno que son dos: sobro, me quedo fuera, haciendo de pico, mirando para otro lado, notando el abismo, lo poco que es verdad y lo mucho que parecía que podría ser, funcionar. 

No me justifico. Cuando te pasan las cosas es porque realmente debe de haber una razón, cuando se repiten. Lo único que necesito es que me digan qué, cómo, intentar remediarlo y no verme tan jodidamente sola. Dejar de sentir que lo mejor que puedo hacer es desaparecer y no volver a sentir el nudo y la quemazón en la garganta, cómo la realidad me supera y me sigo quedando atrás. No sé si lo es, pero diría que es estar enterrada en vida. Hace mucho. Mucho mucho. 

¿Cambiaría? Realmente, pienso que para qué. Qué me puede ofrecer el tiempo ya, cuando tengo más cadenas alrededor que candados vacíos y llaves en las manos.

Es mejor sobrar que faltar, ¿verdad? Sobre todo cuando te toca, te necesitan, tienes que... Ése es el único momento en el que todos se dan cuenta de que hay un hueco de aire de más. El único instante en el que se acuerdan de recordarte que. Para la risa, ¿para la risa? Jajajajaja. 
Hay contratos donde eso no figura, y cuando eso no importa, el valor es de mierda, igual a cero, por debajo de. 

miércoles, 4 de marzo de 2015

And turn this up on the radio

No tengo letras para describirte perfecta, divertida, risueña, libre. No puedo escribirte con esas letras. No puedo hacerte ni deshacerte en este instante, humo que acude a mi memoria cuando ya creí olvidarte. Aunque es más fácil de lo que podrías imaginarte, a pesar de que yo crucé la orilla sin mirar atrás. 
No puedo ni sé dedicarte ese tiempo que necesitarías, que no te mereces. No, para hacer que te pierdas; no, para no borrarte y tampoco poder reconstruirte. No tengo las palabras con las que podría decirte, formarte, volver a contemplarte. 

Te gustaban esos detalles tontos que no supe tener. Solías imaginarte toda clase de bobadas y, sinceramente, para qué escribirte una frase en un muro cuando podría construirte un mundo en cada verso. Todos para ti. Sólo tuyos. Y no sé si realmente llegué a hacerlo. Seguramente no fueron para ti. Probablemente contigo ni si quiera necesitaba las palabras. Era otro lenguaje. Eras otro idioma. 

No querías conformarte, lo sé. No querías pedir más, lo sé. Y eso eres tú, el núcleo de la contradicción que nace y se autodestruye, que renace y vuelve a inmolarse. Eras esa flor de la historia interminable: te impulsabas tú misma, te movías sola, por más que juraras que desconocías el sistema. Yo sé que no. 
Eras ese torbellino de preguntas sin respuestas, de raíces que crecían directamente en ramas y se expandían infinitamente, enrevesándose cada vez más. Eras la fuente de tu propio descuido, de tu pérdida y búsqueda al mismo tiempo. Pedías constantemente un mapa, un manual para entenderte, cuando realmente no lo necesitabas. Los ciegos saben leer, de otra manera, y tú no lo quisiste creer. 

Me gustaba pensarte, construirte a mi manera, y temía acercarme demasiado y averiguar lo contrario. Quizá no tuviera el valor para hacértelo entender. Puede que esperase demasiado de ti. Tenías ese océano incontenible de locura que me enamoraba, esa capacidad para deshacerte en un segundo. Podía leer fácilmente cómo, qué, cuándo, en qué magnitud, pero mi instinto estaba muy por encima de tu claridad. Hasta que de repente te volvías tremendamente compleja y no podía abrir las puertas porque ahogabas todo aquello que no eras capaz de decir. 

De acuerdo, yo también lo hice. Elegí lo que debía contarte. Te conté cosas sin importancia, algún que otro recuerdo. No sabes cuántas historias, reales o imaginadas, soñadas o pensadas, pude darte a conocer. Decías que no importaba la procedencia si la historia te hacía sentir algo que pudieras recordar y quisieras repetir. Solamente no lo mencioné. Tu confianza ciega, tu facilidad para creer, esa inocencia encantadora y desesperante a la vez. Eso me detenía cada vez. 

Decías que yo era libre, que tenía miedo al compromiso, que era un inmaduro, que actuaba por impulso y no sé cuántas cosas más. ¿Supiste alguna vez cómo te veía yo? ¿Te dije alguna vez cómo eras para mí?
Yo también vi todas esas cosas en ti. Por eso me gustaste tanto al principio. Por eso volví. Tal vez por eso también me fui. Eres fácil de impresionar y en algún momento dejarías de sentirte astro en órbita. Nunca quise eso de ti, y sé que no podías negarlo, que no podías evitarlo, pero tenías razón: estábamos en órbitas diferentes. 

Me habría gustado que te vieras con mis ojos, que comprendieras que no fue lástima ni ganas de huir. Si te hubieras visto alguna vez así, mientras dormías, mientras te perdías en tus lagunas extrañas, mirando las nubes cuando caminabas, o el sol esconderse en aquel callejón. Me enamoré de la niña que leía en aquel rincón un invierno. Me volvió loco aquella primera sonrisa de verdad. Me gustaba tu facilidad, tu torpeza, tus choques y tus desenfrenos, la candidez con la que te tomabas las cosas, la hipérbole natural de tu ser. Tu forma de ser, tu lentitud, tu aletargamiento de lirón perezoso. Tu boca, el hueco de tu locura, la manera de transmitirme lo que todo significaba para ti. 

No fue suficiente. No eras lo que yo necesitaba. Tú lo sabías, yo también. Y te diste la oportunidad, te convenciste por un corto tiempo de que tal vez las cosas saldrían como tanto tiempo habías soñado. Y caíste desnuda, deshojada, en una realidad en la que dormiste, viviste, fuiste conmigo, y que ya no sería así nunca más. 
Te deshice. Te destruí. No niego mi responsabilidad, mi error cometido. Yo también me pierdo y me confundo, y tú me confundías, mucho. Bien y mal. Sabías qué opción era la mejor, la más difícil de tomar, pero, ¿qué podíamos hacer? 

Hablábamos de otra forma. Simulábamos entendernos. Jugábamos con reglas parecidas que al principio se complementaban. Después, tú ya no te adentraste más. Eché de menos algo, algo que no sabía si algún día vería en ti, algo que no sabía exactamente qué era, qué podía ser. Ahí decidí soltarte la mano. Tu sonrisa colgando. Tus nervios rompiendo platos, tu barbilla temblando. Tu refugio que ya no lo era.  Tu sueño tonto, tu primer amor platónico, como decías. 

Ciertamente no puedo borrarte, ni volver a dibujarte. No me gustan las caricaturas. No puedo convertirte de nuevo en carne, pero no sé cómo disipar el humo. Es una debilidad que me trastoca, que no entiendo. Hace que me desconcentre, que deje de pensar en el mundo de los adultos pero no me deja ser niño otra vez. Puede que realmente sí alcanzaras a verme, a conocerme entre todas aquellas historias inconexas. Puede que sí entendieras lo que las cosas significan para mí, mi manera de entender, de ser, de ver y vivir. Somos dos polos opuestos que sí se tocan en algunos extremos, a un nivel muy básico. Y eso no cambia lo que sentía, lo que todavía siento. 

No puedo escribirte todas las cosas que nunca te dije, que no fui capaz de confesarte. Tú querías descorrer el velo, decías, y no sé cómo decirte que tampoco existe ese misterio del que tanto hablabas, del que estabas plenamente convencida. Luché por destruir mi pedestal, luché contra tu propio convencimiento y perdí. 
Sé que no me buscas entre la gente, sólo en tu cabeza. Sé que no preguntas, que ya no crees que merezca la pena. Sé que te alegras, que supones que es todo perfecto, que está todo bien. Y yo sé que aún te afecta, que avanzas, que retrocedes, que te hundes y vuelves a levantarte. Aún piensas que el sistema sigue siendo desconocido y no sabes que el mapa está trazado en las palmas de tus manos, en tus cicatrices, en toda tu piel, en tu memoria caótica. 

Caótica y contradictoria, pequeña y frágil, terca y cabezota, decidida a no dejarte convencer. Ésa era otra guerra que yo no podía seguir batallando. Y lo triste de esta historia es que es un final sin final. Es un punto y a parte que continúa suspendido, pero no es el fin del libro. Porque sigues apareciendo, vienes con ésta o aquella canción; con el invierno y un sorbo de café; con las flores amarillas de abril; con las madrugadas azules de un verano a medias; con las hojas caídas y las ramas desnudas de octubre o noviembre. Eres el huracán que nadie ve pasar, al que se acostumbran e ignoran, que deja huella, a veces vacío, a veces devastación, y uno no sabe si anhelarlo o echarlo de más. 

En realidad no pude elegir. En realidad, no pudo ser. Si ni si quiera sabíamos hablar, ¿qué nos hubiéramos dicho con el paso del tiempo? Por otro lado, sigues siendo una canción que alguna vez, de tanto en tanto, necesito escuchar.