jueves, 30 de octubre de 2014

I beg to dream and differ from the hollow lies

Lo intento. Lo intento y no me sale. No me apetece realmente, no querría que acabara. Suerte que el mundo no es como todos queremos. Suerte que no me sonríe a pesar de haberte conocido. Todas las mañanas (sólo de lunes a jueves) leo las mismas dos preguntas: ¿Por qué y para qué? O realmente sólo es una, aunque yo tiendo a separarlas. Por qué, supongo que sin más, que las cosas suceden y ya está. Para qué, para nada, porque lo mío es volverme loca y enamorarme de lo difícil, de lo platónico, de aquello que sé que nunca alcanzaré. 
Puedo intentar disfrazarte y decir que sí, que eres súper especial, súper maravilloso y tralalá. Pero eso ya lo sabes y eso ya lo sé. Nunca tengo nada nuevo que decirte. Nunca podría aportarte un algo. Ella es mejor, más guapa, más delgada, más alta, más intelectual, más alegre (eso no es muy difícil), más clara, más como tú. Quién va a querer un cromo de otra colección que no encaja. Quién va a escoger cuando ni si quiera se trata de eso. 

Intento tragármelo. Intento pensar que un día, igual que apareciste, igual que hasta entonces viví sin saber de tu existencia, podré volver a hacerlo. Y cuando eso pase, me quedará todo esto, palabras estúpidas, que ya no significarán nada. Pero siempre serás una debilidad, una de ésas que con los años se atenúa, pero que siempre está lista para volver a encenderse. Miro atrás y me pregunto, pero sé que tenía las manos atadas, que la vida te sorprende y siempre hay que estar preparados. Pero yo  nunca lo estoy y siempre necesito más tiempo que el resto, mucho más, para entenderlo todo, para saber las cosas y entonces siempre es demasiado tarde para actuar. 

Un día me dijiste que no se lo merecían. Y yo te dije que sí. Por alguna razón sigo pensando que sí. Cuando lo normal sería que hubiese pasado página hace mucho. Por qué. No sé. No creo que haya ningún misterio, que es lo que yo siempre me quiero creer. Quiero entender que en cada rincón hay una historia y no es así. Quiero pretender, levantarme un día y que todo encajase como tanto tiempo atrás estuve esperando. Y no, por suerte el mundo nunca es como uno quiere. Por desgracia para la locura, para mi locura, la fantasía se destruye a sí misma. ¿Está bien? ¿Está mal? Eso es lo que no importa. Si una se destruye, y se autodestruye otra vez, es sólo problema suyo. Mío. Todo mío.

Estoy cansada de decir que quiero un todo, nunca un poco. Y querer, poder y tener son términos que no sirven para explicar lo que realmente me gustaría decirte. Digo que los encuentros son momentos, pequeñas eternidades, ir de la mano, pero no andar uno en los pies del otro, al menos no siempre. Pero me encantas, sobre todo, porque eres inalcanzable, imposible, porque eres todo eso que, todo aquello que... y principalmente eso es lo que más me importa: Tú, tu libertad y tu camino. Importa una mierda lo que yo piense y diga, mi conciencia dicta otros derroteros que no me puedo cargar, y simplemente me obliga a seguir, trotrotro... 
La curiosidad mató al gato y entre alucinación y alucinación, el 85% de las veces resulta que no estoy tan equivocada en X cosas. Y esas X cosas suelen ser las que más me duelen. Una hipersensibilidad estúpida, de niña que se cree las utopías, las fantasías bobas. Me sigo creyendo que al final del cuento, Aurora se despierta y sigue siendo idéntica al instante en que cayó dormida. Pero no es así, sólo es un absurdo recuerdo, pero ella sigue dormida, ni si quiera se entera de lo que le pasa. Duerme ajena al mundo, o quizá esté despierta en otra dimensión, y no puede romper el círculo. Pero es eso, reinos hay muchos, modelos bohemias aún más, y sería como meter a un peluche de cerdo en un molde de Barbies: no encajaría. NUNCA.

jueves, 23 de octubre de 2014

Freedom is just another word for nothing left to lose

Simple ansia por conocer, por saber un poco más, descubrir la cara oculta que hay detrás. Pero como en los sueños, cuanto más nítidamente quiere uno ver, más borrosa es la visión. Imposible distinguir y acertar. Poco importa cuál es el enigma si ni quiera sé si estoy en lo cierto. Qué más da cerca que lejos. Hay una diferencia de dimensiones, no de miradas. 

Me gustaría ser como ese rayo de sol que entra por la ventana nada más amanecer, en las primeras semanas de primavera o verano. Me gustaría ser la lluvia cálida de un mayo algo tormentoso. O ese trozo de cielo anaranjado de una tarde de otoño entre los tejados. Echo de menos el tiempo de aquella ciudad piedra, dorada y verde. Echo de menos dejar caer algo y que no sólo sea desnudez. Saber que más allá de la cúpula hay algo. 

Simple ansia por saber, queriendo que sea de tu boca, que nazca de tu voluntad y tus ganas. La locura tonta, feroz y salvaje de una niña que se muerde los labios, agitada respiración: tu cuello y el universo en suspensión. Un deseo más. 
Simple atracción que sujeta tan fuerte todos los nervios de mi cuerpo. La tensión de los músculos expectantes. La rapidez con la que me laten las sienes y las muñecas, viniéndoseme abajo un no sé qué, que me desequilibra y me hacer querer más. 

La bola, la pequeña bola de cristal transparente es enorme entre mis manos. Y mirar a través de ella, deformando el mundo como mirando desde dentro de una pecera. ¿Qué había más allá? El mar no era suficiente. Pero perdí el control y se cayó, estallando en mil pedazos. 

El caleidoscopio, una brújula muy estúpida para dar dos pasos, tremendamente preciosa y única. Con él aprendí que no hay dos visiones iguales, que igual que se nos muestra algo, uno también tiene que aprender a cambiar la forma en la que mira. Y en esos distintos puntos de vista: tú eras un trocito de papel rojo brillante, yo uno azul; de distintas formas ambos, reflejos completamente diferentes en el fondo. Esa disparidad que puede contenerse en un objeto tan simple, lo tomé como analogía de la realidad. 

Cerré la tapa del caleidoscopio y junté los trocitos de la bola de cristal. No había nada en ellos que fuera más que pura ilusión, y en esos mundos inexistentes, puede que alguna otra noche te encuentre en ese campo verde bajo el sol, de esa ciudad dorada-piedra, y sentir otra vez esa tranquilidad de otro beso en la frente.

miércoles, 22 de octubre de 2014

EΠI- ΦAINEIN

Preferiría no acordarme pero hay cosas que son francamente inolvidables. Preferiría borrar el cielo de mi memoria, ese azul limpio de día, mar insondable de noche. Preferiría poder escoger qué van a registrar mis ojos como dato fenoménico, decidir si merece la pena apresarlo o no. Y con el tiempo ciertas cosas te van dejando de importar, y otras se hunden, se hunden en la arena como los barcos en el fondo del  mar. 


Un día escuché que no era fácil crear ficciones, que hay quienes tienen un don para sacar todo de la nada, contar mil batallas e inventar un mundo que nadie más logrará recrear. Envidié a todos esos aventureros brillantes, capaces de llegar hasta los confines de la tierra; ese tipo de gente que atrae lo imposible, que logra vivir y experimentar lo que otros no pueden ni tan si quiera soñar. Entonces también supe que a veces no hace falta ir muy lejos, que la imaginación y la fantasía lo pueden todo. Sólo se necesita una mente, y esa mente podrá elaborar de mil formas distintas, con todo tipo de medios, obras únicas y originales, ninguna de ellas repetidas dos veces. 

Y me lo creí. 


Hoy me pregunto si realmente creamos algo. Claro que no lo pienso. Las palabras están en nosotros, las inspiraciones no son una idea dada por un Dios o Diosa o ser extraño que se entretiene en ese tipo de asuntos. De dónde salen las historias de los grandes artistas que un día brillaron por primera vez y cuya estela aún permanece. Después de unos pocos, lo demás es copia. Ya lo decía Nietzsche al principio de su "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral": alguien podría inventar fábulas semejantes y no con ello podría ilustrar el verdadero estado del intelecto humano en la  naturaleza. ¿Qué nos queda entonces por inventar? ¿Un mundo? Un mundo propio, quizá. 



En ese mundo propio, no uno que yo me inventé, si no uno en el que crecí, donde junté todo aquello que iba llegando a mí y me enamoraba, allí el cielo era así: limpio de día, insondable mar de noche. Estaba enamorada, claro que sí. Cómo no estarlo cuando el paraíso te mira cara a cara. Pero eso no era una ficción, eso era la vida real. Tus ojos nunca fueron un escondite para mí, sino un refugio en el que pude encontrar algo más que amor, seguridad y eso que llaman amistad. 



Incluso las cosas inventadas pueden dejar de existir, ¿no es así? Y aunque sólo tuviera que cerrar los ojos y rebajar la respiración hasta la tranquilidad, ya no funciona volver a esa fábula. Ya no puedo hacerlo como entonces y sé que un día, poco a poco, olvidaré el tono exacto de azul, las distintas tonalidades de esas motas pequeñas que flotaban en él. Un día ya no recordaré exactamente cómo, cuándo, dónde... y simplemente será un color desteñido en mi memoria. Una sombra, ni si quiera recuerdo, allí abajo, hundiéndose en la arena del fondo del mar. 



La ficción no puede ser literatura de cualquier tipo. La fantasía no puede ser cualquier unión de palabras. No toda historia contada, soñada o perdida puede decir que haya tenido vida. Odio la literatura barata, fingir que entendemos, que sabemos, que llegamos y realmente tenemos el contador a cero. Desde ese día la literatura se acabó. Yo tengo que ponerle fin a este libro y cerrarlo. Tengo que pensar si quiero abrir aquél que me habla de verdes musgo y marrones jirafa. Y sigo fingiendo que esto es una epifanía, que puedo devolverle algo a lo que ya fue, cuando simplemente se acabó y ya no hay más. No quiero hacer literatura, no quiero intentarlo. Sólo quiero pensarte aquí y no escribirte allí, sólo quiero soñar que esto sea un mal sueño, y me resisto a caer pero todavía te echo demasiado de menos. 

lunes, 13 de octubre de 2014

La Calle

Hace un par de otoños, o un poco más, rondando estas fechas, estaba hecha un manojo de nervios, soñando una gran idea que me consumía las horas por completo. Estaba en cualquier lugar y escribía, y tachaba, y volvía a escribir, y así, en vez de tener 19 años era como volver a tener 12 ó 13. Cuántas veces lo pensé, cuántas veces me dije que era una puta cría por seguir actuando así. No me equivocaba. No sé si es que realmente no veía, no quería entender... Persisten las ganas de pegarme dos tortazos, te lo juro.
Al otoño siguiente seguía igualmente enganchada, quizá un algo menos, o queriendo creer que eso fuera cierto. Sí, con 20 ya sabía lo inmensamente lerda que fui, pero la sensación de ridículo bajo tus ojos era aún superior. Entonces me di cuenta de cosas que el año anterior no capté. Fíjate lo lenta que soy. 
Pero hizo falta que llegara a los 21 para rememorar que, con 20, me dijiste una cosa en la que entonces no reparé. No supe interpretarla, bien porque no podía ir, o simplemente porque sabía que no serviría de nada. El empanamiento mental de aquella noche de aquel día tan bonito me pudo al final. El momento en el que me rendí fue cuando me arranqué la pegatina de la frente. No sé por qué, pero es de las pocas imágenes claras que tengo, a parte de tu cara de susto, de molestia. 
Teniendo aún 21 me atreví a escribir esto, hace justo un año: 

"(...) Pero si me imagino pensando en otra persona, me vuelvo loca y digo que no, que no quiero, que quiero que seas tú. Sólo tú. (...)
Y llegó el día en que no pienso en otra persona y que dejé de pensar en ti de esa forma; que ya no me vuelve loca la idea de que no seas tú y tampoco me mata que no lo seas. También he dejado de querer que fueras, puesto que ahora veo que fui tan tonta que no era ni normal, ni tiene nombre. No me hace gracia admitirlo, pero es lo que siempre supe que pasaría. No me cuesta agachar la cabeza, ni llevarlo conmigo; sólo odio no ser capaz, no tener la oportunidad de pensar en otra cosa, en algo nuevo". 

Como se puede observar era una de las grandes mentiras con las que el destino me castiga. ¡Di blanco para que pase negro! ¡Di negro para que pase blanco! Pero oye, que también hay mil colores más y todos me servirán de contradicción para un destino/futuro en el que yo salga perdiendo. Y sí, adivinaste, con 22 todo se fue a la mierda. Un día de esos cualquiera que me desperté en medio de la confusión que me hace llorar, y luego pasó otro pequeño milagro que no puedo ignorar, pero que es como si no hubiera pasado. 
¿Cómo lo explico? Hay cosas en las que pones toda la fe del mundo, que te mueres porque pasen, y cuando finalmente no suceden, la ilusión y las ganas es que no sé si se desinflan, si desaparecen... Esperar para nada. La frustración de llegar siempre tarde. El pensar que cuando me has tendido la mano, creyendo yo a modo de oportunidad mínima (no para lo que yo querría, obvio), ni si quiera he podido aprovecharla. Porque las circunstancias son otras, porque en algún sitio está escrito que tengo que perder.

Y en este otoño, con 22, me sigo dando cuenta de lo estúpida que fui, de lo torpe que soy contigo y de que esto no tiene sentido. Que querer no siempre es poder. Que poder llega un día cuando ya no es que no quieras, es que te has bloqueado. Y llevo bloqueada mucho tiempo, sin saber qué es lo que quiero. Mi parte tonta se tiraría de cabeza contra un muro pensando que es un arcoiris transparente. Mi parte "racional" (véase mi única media neurona) me dice: ¿para qué? Pero es la parte irracional la que me inunda, se ríe y se contradice, y llora y decide que la locura es la única respuesta. Pero hay días en los que sigo pensando que por un momento, un sólo momento, tuve encendido ese botoncito que decía: Sí. Y habiendo sido todo en esos momentos, hoy estoy segura de que por más que signifiquen, ya no significan lo mismo. 

Pero también estoy convencida, desde este atasco multidimensional, metaperrosófico, de esta crisis de los 22-23, de esta laguna mental de contacto irreal con la realidad, de que si tuviera tiempo, si tuviera la oportunidad... Te lo he dicho un millón de veces, de otras formas, claro, jamás directamente. No sé si es eso realmente lo que necesito contigo, un cara a cara, un "dime las cosas claras de una vez" y que me digas, sin pensarlo más: "olvídame". No sé si necesito que me humilles para que me convenzas, aunque creo que no serías capaz ni lo pensarías. 
No sé si te ha pasado, si sabes lo frustrante que es querer hablar con alguien y no saber qué decirle, por dónde empezar, las vueltas que se le pueden llegar a dar a dos simples palabras o a tres frases tontas. Lo que es que te tiemble el pulso de la emoción, lo que es tiritar de pies a cabeza o el escalofrío de ver, de creer ver. Lo maravilloso que es ese primer momento en que sucede, lo triste que es decepcionarse. Como cuando un niño pequeño tiene todos los impulsos en la lengua para decir algo y no le sale. Como cuando ve que su momento se va y no se atreve a decir: "Espera". Sientes el impulso, las ganas, el... y lo reprimes todo. El miedo, siempre el miedo me ganará todas las batallas.

Ahora es diferente porque estoy tranquila y todo es un poco mejor. Es diferente porque necesitaba esto, pero nunca manejo dos cosas buenas a la vez. Mi padre dice que no se puede tener todo, pero es algo que no tuvo que enseñarme, es algo que desde muy pequeña sé, desde el momento en que me di cuenta que yo no era como. Que sí, que las comparaciones son estúpidas y odiosas y las generalizaciones una idea absurda y de mente estrecha, pero no lo puedo evitar. Yo no soy ese tipo de persona que encaja contigo, que es como tú, yo no tengo nada que pudiera ofrecerte, ni para bien ni para mal. Es como estar mirándote a través de un cristal y que no me oigas, que no sepas, no poder llegar hasta ti y hacerme entender. Me ahoga no saber explicarme. Me ahoga todo lo que no entiendo. A veces no tiene mucho que ver contigo y es sólo una parte más de ese cúmulo de cosas que me hunde. Las dudas eternas que me estancan y no me dejan avanzar, ésas que me atacan a cualquier hora, sobre todo cuando estoy sola, a punto de dormirme y me despiertan con un "¿Y si...?".

domingo, 5 de octubre de 2014

No quiero sonrisas, no quiero más lágrimas *O*

Me gustan las cosas únicas, ésas que siempre y por encima de otras, nos parecen especiales sí o sí. Me gusta que ese tipo de cosas estén siempre claras, intactas, en mi única media neurona. A salvo de cualquier cambio, como respuesta correcta y concisa, como solución, como primera opción... Me gusta tener a qué aferrarme cuando no sé qué suelo estoy pisando o en el que me estoy hundiendo. 
Tengo entendido que no es algo que ocurra de un momento a otro, por eso creo en los procesos, aunque no sepa muy bien por qué, el caso es que poco a poco, pero un día de repente lo pensé. Quizá por el cansancio de tener siempre en la boca el mismo discurso, para la misma persona. Mi respuesta fue "déjalo estar". ¿Y? Años negándome a aceptarlo pero finalmente salió esa frase de mi boca. No sé si fue lo correcto, aunque estoy segura de que ya no podía seguir diciendo mucho más. 
Así fue como lo pensé. De repente, mi grupo favorito de siempre hacía mil años que no lo escuchaba. Mi necesidad era otra. Mi libro-bitácora mágica, mi guía de salvación, me sonaba a etapa cerrada, como si ya no pudiera decirme nada más. Y en esas dos cosas tan simples pero que engloban tanto, la música y la literatura, me doy cuenta que la llamada es otra, que necesito igual que en su día necesité escuchar ese grupo o leer ese libro. ¿Dejarlos a parte? Jamás. Y sin embargo, fue como una especie de liberación, poco a poco, pero una liberación. 
¿Qué me da eso? ¿Algún poder? No. Sólo una seguridad sobre dos cosas que quiero hacer: desvelar un misterio intentando escribir una jodida paranoia sobre ese libro concreto; hacerme un tatuaje con el misterio de ese grupo. 
¿Qué me va a reportar eso? Creo que nada. Simplemente es simbología, un paso para cerrar una etapa. Últimamente, más que nunca, siento y pienso que la ambición dentro de un límite muy pequeño no va conmigo; que hay personas que sólo sienten cariño y que no entras en sus planes de vida, ni presentes ni futuros. Sencillamente dicen que las cosas cambian, cierto; yo creo que hay dos tipos de cariño: el que se empieza a sentir por alguien que conocemos relativamente poco; y el que queda cuando una persona ya no nos puede o no podemos darle más, ése que suena a despedida, a incierto, a un poco pérdida de confianza... ¿Triste? Claro. ¿Pena? También. Pero no puedo hacer nada y me ha costado muchos años darme cuenta, pensando totalmente lo contrario y lo único que saco en claro es que éste ha sido un verano que no ha servido para nada, pero también para mucho.