martes, 28 de febrero de 2012


Me encantas. Me encantas, me encantas, me encantas. Y me seguirás encantando sabe Dios cuánto tiempo más... Pero no es eso lo que me importa, no me da miedo ése tiempo en concreto. En realidad no espero nada, aunque pueda soñarlo todo. No tengo prisa, así que tampoco tengo por qué huir de lo que desee. Tengo muy claro lo que es una fantasía, y sé que tú eres una. Sé que nunca, nunca, nunca, nunca podrá ser, que es completamente imposible. Y mentiría si dijera que no me importa, pero claro que me hace daño, me molesta, pero... Es gracias a ti que me sale la sonrisa, intentando imitar al sol.
Me encantan esos momentos de hundimiento cuando la poesía comienza a asomarse por una rendija pequeña, y acaba saliendo como una especie de plaga, dispuesta a llevarse las hojas muertas. Y pienso: Déjala...que disfrute, ella sabe lo que hace, y si no lo sabe, por lo menos hace lo que quiere. Y eso me encanta...porque de alguna manera se liga a ti, porque así es como tú quieres que sea, libre, poesía y libertad.
Y no puedo verte de otra manera, un pájaro que vuela demasiado alto, rozando fronteras que no puedo alcanzar... Pero de alguna forma tenía que seguirte, y es desde tierra firme, donde el cuerpo me pide que esté, aunque tenga la cabeza a escasos metros de ti. Supongo que será así hasta que te pierda de vista en ese insondable horizonte, pero de momento no me preocupa...
Sé que no te importa, absolutamente nada, que no te importa, pero...ojalá pudieras saberlo, ojalá pudiera decírtelo sin ningún tipo de miedo, sabiendo que no te parecerían tonterías y... El caso es que nada de eso, nada... No te importa.  

jueves, 16 de febrero de 2012


 Fue algo que empezó en tus ojos, que me llevó hasta tu sonrisa y que hizo que me perdiera. Fue algo que se deslizó poco a poco dentro de mí, convirtiéndose en un pequeño viaje por la ilusión. Y sé que por más empeño que hubiera puesto en abrir las alas, no habría levantado los pies del suelo jamás, porque tú no habrías estado allí para sujetarme.
Pero por muchas barreras que hubiera querido poner, no habría podido limitar todas esas emociones puesto que, por primera vez en mucho tiempo, sentí de nuevo todo aquello que permanecía aletargado en el recuerdo.
Y, ¿qué podría hacer? Es tan simple y tan sencillo como que es imposible; un sueño maravilloso e irrealizable al que cierta parte de mí aún no puede renunciar, por mucho que la realidad la golpee para que afloje y acepte que ése nunca será mi final. Supongo que hay un alto precio que no puedo pagar y que por eso aún me resisto a no seguir soñando.

viernes, 10 de febrero de 2012

Agosto


Me he cansado de abrir los ojos y volver a cerrarlos por no ver nada. He perdido toda la paciencia intentando escuchar cuando no hay nada que oír. He dejado de sentir al notar toda falta de tacto, contacto, caricia, movimiento. He decidido no saborear más olores imposibles que no llevan a ninguna parte. He dejado de andar porque ya no quiero seguir ese camino, esos pasos, esos destinos. He olvidado recordar para no agotar los recuerdos. He perdido la noción del tiempo para así no echar nada de menos. He agotado las fuerzas para no sentir el cansancio. He vomitado las lágrimas para que no me abrasen los ojos. Ya no suspiro para ahorrarle aire a los pulmones tras los lamentos. Me he vuelto muda para no arrancarle palabras a mi garganta. No volveré a mover los labios porque no quiero decir nada. No pienso mover ni un músculo para que no implique movimiento. No quiero despertar de ninguno de los sueños, puesto que ya no sabré que estaré soñando. Que desaparezcan los trapos que revisten mi cuerpo de uniformidad. Que me arranquen las señales de toda esa conformidad y me quede vestida con la desnudez del alma. Que me dejen. Que me dejen. Que me olviden, que no se interpongan en mi camino. Que no obstruyan mi pensamiento, mis sueños, que se olviden de que sí, de que respiro, de que la vida no me abandona. No quiero morirme en vida, solamente quiero abrir las alas.

domingo, 5 de febrero de 2012

Y entonces se abrió la puerta y ella entró en el Lulla. Parecía que los segundos fueran horas al compás de sus pasos y él reproducía cada uno de sus movimientos a cámara lenta. Sin duda alguna era ella: mismo pelo rubio y salvaje; esa mirada color miel capaz de derretir o taladrarte; aquellos camaleónicos labios; su figura, torpe la mayor parte del día, felina al caer la noche.
No podía apartar los ojos de ella, pero sabía que tampoco podría acercarse. Un año puede ser un abismo entre dos personas que a penas podían mirarse antes de decirse adiós. Y verla de nuevo ahora, precisamente ahora, cuando las piezas comenzaban a encajar armónicamente...

Ella estaba apoyada en la barra, hablando con uno de los camareros; podía ver perfectamente cómo se reía, aunque no pudiera escucharla, y también reconocía aquella mirada, en completa conexión con su sonrisa. Bastaron unos segundos para que comprendiera de sobra lo que pasaba.
Algún rato después empezó a subir gente al escenario y ella fue la última en aparecer. Y ya no podía dejar de comérsela con los ojos, con una mezcla de temor, emoción, cariño, dolor... recorriéndole el estómago y acelerándole el pulso. Pero allí estaba, de pie, con el micrófono delante y lista para cantar. Qué bien le quedaba aquel suéter rojo... Y cantó.

Él no escuchaba la letra ni sentía la mirada que tenía clavada a un lado, ignorante de un pasado no muy lejano, que no se imaginaba quién era ella. Y cuando ella lo vio, sacó su más grande sonrisa, aunque tenía exactamente el mismo revuelto en su interior que él.
Sus miradas se cruzaron tantas veces que ya no había nadie más en el Lulla y ella parecía cantar sólo para él. Pero cuando la última canción empezó, él apartó la mirada al fin y la dirigió a la persona que tenía al lado. Sonrió, le dio la mano y la besó cariñosamente. Y desde el escenario, las lágrimas comenzaron a brotar otra vez, arrepentidas de no haber encontrado un año atrás otro cauce y que aquellos besos ya no fueran sus diques.