martes, 8 de diciembre de 2015

(U) Have never seen (H) naked (Trece)

Estaba bien para empezar, para salir corriendo sin pensar. Éramos, y somos, especialistas en tirar nuestras vidas por la borda, y a eso íbamos una vez más. 
Nunca era suficiente para arriesgar otra vez, para volver a tentar a la suerte. ¿Quién dice que hay algo que perder? 

Perder no es deshacerte de pesos inútiles a lo largo del camino. 
Perder no es eliminar piedras de tu propio cuerpo. 
Perder no es sentir que puedes correr libre, en cualquier dirección. 
Perder no es, o al menos no era, sentir que era posible hacer algo que habíamos elegido. 

Y ahí estaba el camino elegido, uno a cada lado. Nos miramos y sonreímos. Siempre opuestos, siempre diferentes. 
¿Contradictorios? 
Sabíamos que en algún punto, en algún alto, habríamos de encontrarnos. 
No era realmente saberlo, era simplemente creer en ello. Y creíamos.

Creíamos que perdernos servía para algo. No tener un plan, no tener nada claro, no tener que tomar decisiones... 
Los días empezaban cuando caía el sol, cuando sólo había estrellas o luna. Todo lo demás eran horas inexistentes. 
Bailábamos a otro ritmo. Leíamos otras líneas. Escuchábamos sólo aquello que tuviera algo que aportar. Ya nos habíamos equivocado lo suficiente como para contar sólo con nuestra opinión, o en todo caso, con aquella que necesitáramos oír. 

El caos como ley. El orden como miedo. 
¿Era esa otra la vida que queríamos vivir? ¿Era la dirección de las agujas aquella que buscábamos para guiarnos? 
Definitivamente no. 

Hay un lugar dentro de cada uno, un lugar donde todo es fantasía o lógica pura. Y más allá hay una chispa, una cosa que no siempre se enciende y se mantiene viva. 
Es un motor, una máquina que nunca está apagada realmente. Sólo duerme si sabemos cómo desconectarla. Y nunca aprendimos el camino hacia su botón. Nunca lo hemos encontrado. Por eso corremos hacia el abismo, y a veces, al borde o durante la caída, aparece una mano, una rama, un saliente, que nos detiene, que nos frena, que nos salva. 

Una vez a salvo, una vez lejos de ese arrítmico sentido de la existencia, nos paramos a pensar. A pensar que queremos descansar y dormir mucho. Cuando agotamos esa noche, las demás vuelven a ser como eran: lúcidas, desafiantes, divertidas, extrañamente perfectas. 

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