martes, 1 de diciembre de 2015

An endless aching need (Doce)

Nunca pensé realmente que algún día pudiera llegar a contar contigo. Y tu mano siempre estuvo ahí, tendida para mí en las horas bajas. A tu manera, por supuesto. 

Tenía la sensación de que jamás me escuchabas, de que jamás te importaban mis problemas. Eras capaz de marcharte del Lulla y dejarme llorando en la mesa en medio de mi dramática existencia. Y yo jurando que eso no te lo perdonaría jamás. Luego me sentía estúpida por contarte mis historietas y volvía a llorar con más rabia. 

De repente se me iba la luna a otra parte del cielo y volvías a aparecer. Yo tan feliz de verte regresar, seguramente arrepentido, por haberme dejado tan sola. Y ni hacías el más leve gesto o la mínima referencia a todo lo que te había contado. Pero en cambio, escuchabas todos mis planes idiotas, todas las absurdeces que podía soltar por esta (mi) boca. Ése era el puente donde se trazaba el camino hacia la ilusión. 

Nadie entendía de qué podíamos hablar para conocernos, para ser amigos, para llevarnos de esa manera. Los demás sólo veían una niña y un muchacho demasiado mayor a su lado, en una silla. Yo me sentía adulta a tu lado, tú decías ser el mismo crío infantil de siempre. ¿Cómo es que jamás he visto que fueras un niño pequeño? Y estoy segura de no serlo en el mismo sentido en el que tú te autodefines. 

Decías que algún día lo entendería y te reías. Vuelta al silencio que nunca he sabido cómo manejar. Ése en el que estás aquí, allí y más allá de la esfera terrestre. 

Lo que vi de ti era lo que nadie más alcanzaba a ver. Lo que un día descubrí es que no hacías oídos sordos a mis idioteces, a mis tonterías. No. Simplemente no alimentabas, no tratabas de explicarme: querías enseñarme a que yo lo viese desde otra perspectiva. Y llegó el día en que pude entenderlo. Entonces pude empezar a verme un poco a través de tus ojos, pero sin llegar a tener esa visión completa. 

¿Te acuerdas de aquella noche en la acera del Lulla? Hacía tiempo que no te veía, ni sabía de ti. De repente te acercaste a mi hermosa borrachera, sin reprocharme nada, sino divertido. Te hizo gracia y esperabas encontrarme perdiendo los papeles.  Y en realidad no, porque era plenamente consciente de lo que ocurría y había empezado a renunciar aquella noche a muchas cosas. Ésa fue la primera vez que hablamos como adultos, sin construir castillitos en el  aire, como siempre nos había gustado. 

¿Por qué entonces? ¿Por qué, si no? 
La primera traba para entendernos es que no hay un por qué, una razón. Simplemente una casualidad que hemos aceptado como una "bendición", que pudo no haber sucedido, pero que por suerte tuvo lugar. Y la segunda barrera es que no buscamos lo que otras personas nos aportan, no queremos nada en sí de nosotros mismos, sino estar juntos, como por azar, como por fuerza mayor. Sucedió y aquí estamos: tú subido al tejado, mirando las estrellas otra vez; yo escribiéndote tonterías que dejaré en algún punto de la casa para que la leas y te rías con recuerdos bobos de hace años. Mi miedo a rodar por el tejado aún es fuerte, pero tu lado gatuno no lo entiende. 

Quería decirte, sin más, que hoy he estado pensando sobre esto, qué habría sido de mí y de ti si no nos hubiéramos conocido, si no... etc., etc., y no tengo imaginación para rellenar ese hueco vacío llamado "futuro". Es como si inmediatamente pensara que no podría haber sucedido de otra manera, como si tuviera en mi poder la certeza de que el destino estaba escrito. Precisamente lo que tú más odias: pensar que todo está ya predispuesto y que nos roban el margen de libertad, de elección, de maniobra vital. 

¿Por qué nosotros, dos bolitas de la inmensidad del universo, se conocieron y congeniaron? ¿Por qué fue posible? ¿Por qué puedo tenerte cuando podría, muy bien, no haber mantenido ni una sola conversación contigo?

Pero esas dudas no me atacan cuando me acuerdo de tu sonrisa y esa mirada extraña que no consigo descifrar. Supongo que la lectura clara es que "no podía ser de otra manera", aunque no creas en la predestinación. Yo sí creo. Y me atrevo osadamente a decir una sola palabra: N  E  C  E  S   I  D  A  D. 
La misma palabra que describe el sentimiento que me apresa cuando imagino que un día ya no estarás en mi vida; cuando pienso que un día tengamos que separarnos para hacer nuestras vidas de otra manera distinta. Y quizá tú no tengas ese miedo tan manifiesto, pero yo siento terror al pensarlo. 

¿No volver a vivir estos días? Ni loca. No podría vivir fuera de esta burbuja si no estás tú. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario