Un sol radiante que
entra por la mañana como para despertarme a la fuerza… Me giro hacia la pared;
no me importa, no tengo nada mejor que hacer. La suerte, las ganas y esas
cosas, hace días que se las llevó el tiempo. Cuando caiga el último grano de
arena de ese reloj invisible, a lo mejor me levanto, a lo mejor vuelvo a dar un
paso y luego otro.
No tengo prisa. No
tengo tiempo. No tengo fuerzas ni tan si quiera para hacer el mínimo gesto. Es
Junio. Otro soleado y maldito día de Junio. Y seguramente es lo que tantos están
esperando, lo que tanto ansían unos y otros, pero no quiero, no me apetece,
¿por qué y dónde está escrito que yo tenga que satisfacer a nadie? Ni si quiera
yo sé lo que quiero, únicamente sé lo
que no quiero. Y hoy no quiero salir de aquí.
Debajo de las sábanas
el mundo puede imaginarse de mil maneras, ¿verdad que sí? No tengo que hablar
con nadie, ni si quiera conmigo misma. Aquí sobran las palabras, incluso los
sueños. A veces no hay mejor escenario, tanto para realidades como para fantasías,
como para reír, como para llorar. Y tengo ganas de llorar, claro que sí. Puedo
reprimirlas pero me entra un dolor de cabeza brutal, como si fuera a estallarme
en algún momento.
Todo lo que no supe
entonces, ahora lo sé muy bien. En realidad sí lo sabía, pero seguramente no
quise verlo. Clavos ardiendo, ¿alguien sabe lo fácil que es agarrarse a uno?
Eso es lo que he hecho siempre, hasta el último momento, aunque no sepa luchar.
Puede que viva con la cara a ras de suelo pero, ¿sabes qué? A veces no está tan
mal. A veces no se puede bajar más. Soy consciente de que nunca, nunca he
tocado fondo de verdad y espero no tener que hacerlo. ¿Por qué? Porque hay
quien siente un placer tremendo al aparecer en las vidas de los demás y sentirse
abanderado del padecer de alguien, se sienten héroes, quieren ese
reconocimiento y que les agradezcas toda la vida lo que han hecho por ti. Pero
no, gracias, aún tengo a mis padres como para dejar que otros se lleven su
honor.
Decía que las sábanas…
Sí. Sábanas. Ya… Hay quien deja huellas aquí, ¿sabes? Bueno, lo sabes de sobra.
A veces pienso que ese ha sido mi mayor, dejarte entrar… ¿para qué? A la mañana
siguiente era todo adiós, muy buenas, y se acabó. Te ibas tan tranquilamente,
casi sin mirarme a los ojos. ¿Acaso crees que no sé por qué era? Realmente no
tengo ni que preguntártelo, me lo imagino y con eso me basta como respuesta.
Pedirte explicaciones sería... ¿una derrota en toda regla? Probablemente.
¿Y tengo valor para
esconderme? Sí. El mismo que tengo para no enseñarte el orgullo herido. No tengo
por qué sacarlo a relucir. Es poco y es sólo mío, pero sigue siendo orgullo.
Claro que me escondo, y seguiré haciéndolo. El resto del tiempo que pase o paso
fuera de este mullido escenario es para montarme como un puzle y que no se vea
que me faltan tantas piezas, hacer que no se note que algunas son pintadas y
exhibir una sonrisa tatuada.
A ti, a tantas
mentiras, a tanto decir, a tanto soñar… os agradezco los altos vuelos desde
donde me he caído. Sé que es inevitable, pero no hace falta engañar. En ningún
momento te mentí, y no quiero reproches, no quiero señalarte y decir “Por tu
culpa yo…”. Nada de eso. Realmente no es mi culpa tampoco. Es lo típico, ¿no?
Por mucho que quieras frenar si tienes que ir cuesta abajo y no puedes dar
media vuelta, entonces sólo puedes seguir ese camino adelante.
Y me caí. Recuerdo aquella
curva que tanto miedo me daba de pequeña, cuando me imaginaba tirándome por
ella en monopatín. ¡Ja! Cuántas veces intenté encontrar el modo de esquivarla…
pero siempre pensaba igual: “Si freno, igualmente voy a chocar, y de todas
maneras, ¿cómo voy a frenar?”. Pues es algo parecido.
Ahora, hace hoy un año,
tú estabas a mi lado, riéndote de tonterías varias, contándome historias de
sabe dios qué épocas, buscando excusas y excusas para que pudiera reírme
contigo. Ahora, un año después, me siento desinflada, sin encontrar el modo de
llorar. Y he intentado quedarme con lo bueno, únicamente con lo bueno, pero su
sombra sigue planeando sobre mi cabeza. Lo siento, por mucho que te quiera, no
puedo no ser egoísta y desearte que seas feliz. Con ella... Y me sale la
sonrisa de pobre idiota al pensar que llegué a creerme que no estaba ahí.
Tengo los labios
completamente rotos de tanto morderme cada vez que pienso, cada vez que me
atacan esas malditas ideas. Tengo los párpados hinchados, ojos tipo sapo. Sigo blanco
flexo debajo de las sábanas y mientras pueda, voy a seguir ignorando cada
maldito rayo que entre por esa ventana. Lo siento por mí, se acabó, pero en
realidad no tengo nada más que perder. Al menos en estos momentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario