jueves, 14 de junio de 2012

Junio I


Un sol radiante que entra por la mañana como para despertarme a la fuerza… Me giro hacia la pared; no me importa, no tengo nada mejor que hacer. La suerte, las ganas y esas cosas, hace días que se las llevó el tiempo. Cuando caiga el último grano de arena de ese reloj invisible, a lo mejor me levanto, a lo mejor vuelvo a dar un paso y luego otro.
No tengo prisa. No tengo tiempo. No tengo fuerzas ni tan si quiera para hacer el mínimo gesto. Es Junio. Otro soleado y maldito día de Junio. Y seguramente es lo que tantos están esperando, lo que tanto ansían unos y otros, pero no quiero, no me apetece, ¿por qué y dónde está escrito que yo tenga que satisfacer a nadie? Ni si quiera yo sé lo que quiero,  únicamente sé lo que no quiero. Y hoy no quiero salir de aquí.

Debajo de las sábanas el mundo puede imaginarse de mil maneras, ¿verdad que sí? No tengo que hablar con nadie, ni si quiera conmigo misma. Aquí sobran las palabras, incluso los sueños. A veces no hay mejor escenario, tanto para realidades como para fantasías, como para reír, como para llorar. Y tengo ganas de llorar, claro que sí. Puedo reprimirlas pero me entra un dolor de cabeza brutal, como si fuera a estallarme en algún momento.

Todo lo que no supe entonces, ahora lo sé muy bien. En realidad sí lo sabía, pero seguramente no quise verlo. Clavos ardiendo, ¿alguien sabe lo fácil que es agarrarse a uno? Eso es lo que he hecho siempre, hasta el último momento, aunque no sepa luchar. Puede que viva con la cara a ras de suelo pero, ¿sabes qué? A veces no está tan mal. A veces no se puede bajar más. Soy consciente de que nunca, nunca he tocado fondo de verdad y espero no tener que hacerlo. ¿Por qué? Porque hay quien siente un placer tremendo al aparecer en las vidas de los demás y sentirse abanderado del padecer de alguien, se sienten héroes, quieren ese reconocimiento y que les agradezcas toda la vida lo que han hecho por ti. Pero no, gracias, aún tengo a mis padres como para dejar que otros se lleven su honor.

Decía que las sábanas… Sí. Sábanas. Ya… Hay quien deja huellas aquí, ¿sabes? Bueno, lo sabes de sobra. A veces pienso que ese ha sido mi mayor, dejarte entrar… ¿para qué? A la mañana siguiente era todo adiós, muy buenas, y se acabó. Te ibas tan tranquilamente, casi sin mirarme a los ojos. ¿Acaso crees que no sé por qué era? Realmente no tengo ni que preguntártelo, me lo imagino y con eso me basta como respuesta. Pedirte explicaciones sería... ¿una derrota en toda regla? Probablemente.
¿Y tengo valor para esconderme? Sí. El mismo que tengo para no enseñarte el orgullo herido. No tengo por qué sacarlo a relucir. Es poco y es sólo mío, pero sigue siendo orgullo. Claro que me escondo, y seguiré haciéndolo. El resto del tiempo que pase o paso fuera de este mullido escenario es para montarme como un puzle y que no se vea que me faltan tantas piezas, hacer que no se note que algunas son pintadas y exhibir una sonrisa tatuada.

A ti, a tantas mentiras, a tanto decir, a tanto soñar… os agradezco los altos vuelos desde donde me he caído. Sé que es inevitable, pero no hace falta engañar. En ningún momento te mentí, y no quiero reproches, no quiero señalarte y decir “Por tu culpa yo…”. Nada de eso. Realmente no es mi culpa tampoco. Es lo típico, ¿no? Por mucho que quieras frenar si tienes que ir cuesta abajo y no puedes dar media vuelta, entonces sólo puedes seguir ese camino adelante.
Y me caí. Recuerdo aquella curva que tanto miedo me daba de pequeña, cuando me imaginaba tirándome por ella en monopatín. ¡Ja! Cuántas veces intenté encontrar el modo de esquivarla… pero siempre pensaba igual: “Si freno, igualmente voy a chocar, y de todas maneras, ¿cómo voy a frenar?”. Pues es algo parecido.

Ahora, hace hoy un año, tú estabas a mi lado, riéndote de tonterías varias, contándome historias de sabe dios qué épocas, buscando excusas y excusas para que pudiera reírme contigo. Ahora, un año después, me siento desinflada, sin encontrar el modo de llorar. Y he intentado quedarme con lo bueno, únicamente con lo bueno, pero su sombra sigue planeando sobre mi cabeza. Lo siento, por mucho que te quiera, no puedo no ser egoísta y desearte que seas feliz. Con ella... Y me sale la sonrisa de pobre idiota al pensar que llegué a creerme que no estaba ahí.
Tengo los labios completamente rotos de tanto morderme cada vez que pienso, cada vez que me atacan esas malditas ideas. Tengo los párpados hinchados, ojos tipo sapo. Sigo blanco flexo debajo de las sábanas y mientras pueda, voy a seguir ignorando cada maldito rayo que entre por esa ventana. Lo siento por mí, se acabó, pero en realidad no tengo nada más que perder. Al menos en estos momentos.

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