miércoles, 12 de marzo de 2014

La visión

Suele pasar (más de una vez al mes) que cuando la luna es una sonrisa blanca en el cielo, mis niveles de locura se disparan más que en el resto de días y semanas. Tan pronto me hallo llorando sin consuelo, con los tobillos como  patas de elefante, resoplando más que nunca con ese alma de rinoceronte, como riendo eufórica ante la procesión de chorradas sinfín que pasan por mi estrecha mente de paleta de pueblo. Y digo estrecha porque llega un momento en el que la sucesión de pensamientos es tal, que forman una masa o mole de colores, de sonidos, de olores, de palabras sin sentido... Son imágenes sin palabra. ¿Y cómo es que tienen sentido? Pues aún no me lo explico. 
Dentro de esa procesión de círculo vicioso siempre bailan las mismas ideas. Al final son cosas a las que debería pasar revista, revista que nunca paso. Sí, claro, miras las cosas desde lejos pero, a ver quién es el listo que se toma, como hacen en las películas y las series, un tiempo para alejarse de todo y poner en orden sus asuntos. ¿Eso es posible? ¿De verdad alguien se encuentra a sí mismo cuando dice que lo ha hecho? Y cuando me lo pregunto, no puedo estar más segura de que precisamente ese manojo imposible de cosas soy yo misma. Así que estoy conmigo misma las 24 horas de cada día. Probablemente no necesito buscarme, el problema es que estoy demasiado conmigo misma y eso me pasa factura, demasiada. 

Pero bueno, a lo que iba. Hoy es uno de esos tantos días en los que nada sale al derecho y se juntan las mismas cosas que ya van creando tradición: no duermes lo suficiente, el mundo se alía en tu contra, se te junta todo lo que deberías haber hecho, te pasa una cosa buena y cuarenta malas, lloras por todo y por nada, no das pie con bola, pasas de sentirte como una mierda a sentirte más perdida y torpe que nada... Etc., etc., etc.,... Pero lo peor llega cuando se escucha de nuevo esa voz que dice: "¿Qué esperabas?" A la cual siempre contestas con el mismo batiburrillo de imágenes-circulo vicioso. Qué esperabas... 
Pues esperabas que por una vez se hubiera acabado la mala suerte. Pero no. La fiebre tremenda te sorprende y se anticipa a todos tus planes, destruyendo posibilidades, llevando casi a la ruina tu única ilusión, dejándote la carne desnuda ante lo que más temes. Una noche de risas, de pelo suelto y tantos "no me voy a arrepentir mañana" se lleva por delante todos tus propósitos. Siempre juras que no te llevará la duda, siempre juras y prometes que no te volverás a dejar ir y siempre acabas de cara al suelo. De nuevo piensas aquello de "Joder, si me dijo..." y supiste que no era cierto. En el fondo te importa y no te importa. No te importa porque sabes que estás en un momento bajo, que pronto pasará; te importa porque no has sido capaz de deshacerte de algo que ya no quieres ser, que nunca has querido ser. 

No es que esperes el cielo, es que esperas algo y no sabes qué, pero algo mejor que esto, por supuesto. Tienes miedo al estancamiento en el que has caído, al no saber cómo salir, el miedo a que la locura sea tu única forma de conducir y la pena, el único sentimiento verdadero que despiertas. ¿Eso quieres ser? Claro que no. Pero tu ineptitud no te permite adoptar otra posición, porque estar en otro punto de vista sería como fingir y falsear tan a la ligera las cosas cuando más te duelen... Eso no es posible. Prefieres la desnudez de la carne entonces. Así que vuelves a tirar la baraja al aire y las cartas ya estarán repartidas antes de que la abras si quiera. Quizá sea la propia energía quien las dispone así, una a una, listas y perfectas para tropezar una y otra vez con ellas. Claro que no se puede cambiar de un día para otro, claro que no te pasa nada, es sólo que estás estancada y no hay palanca de la que tirar hacia adelante o hacia atrás.

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