viernes, 30 de octubre de 2015

Pastillas para despertar lo que no se puede soñar

Me brota la censura de las entrañas. Me brota desde hace tanto tiempo que se muere por explotar en un solo segundo. Sólo necesitaría uno. Pero es tan difícil que no se lo puedo conceder. 
Ya es difícil que pase el tiempo y que no me importe lo que ahora me importa. Volverme loca no es un juego más, no es tirar la piedra y admitir orgullosa que tú la has lanzado. Y sigue estando esa extraña sensación de que queda todo por llegar y nada por vivir en realidad. 

Una parte, sólo una parte. Y esa parte, la que era todo, el salvajismo en su estado más puro. Cuánta necesidad, cuántas ganas de hacer algo y que no me importe absolutamente nada. No pensar. Decidir al aire. Saltar las casillas sin mirar. Y sí, coger la piedra y tirarla de nuevo, sin tener en cuenta a quién le puede abrir la cabeza. Si se la abre a quien se la merece, me doy por satisfecha, además. 

Y entre mi locura sometida y mi nuevo estado de tranquilidad, echo de menos la parte lobuna capaz de hundir los puños, pegar tortazos a quien hiciera falta, y ser la perra mala que debería ser. Por gusto, por poder, por diversión, por ganas de devolver la mierda que me ha tocado llevar y tragar, a cuenta de un asco de persona que a punto estuvo de convencerme de que sólo yo lo era. 

Deseo llevarme el barco conmigo, al fin, al fondo. Y subir y dejarlo hundido, anclado para siempre ahí abajo. Y no dejo de temblar y suspirar porque llegue ese día, ese bendito día en el que pueda arrancarme bragas y sujetador y saltar feliz al agua, y volver a perderme, ahogarme, resucitar, salir a la superficie y volver a entrar en la libertad. 

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