lunes, 13 de octubre de 2014

La Calle

Hace un par de otoños, o un poco más, rondando estas fechas, estaba hecha un manojo de nervios, soñando una gran idea que me consumía las horas por completo. Estaba en cualquier lugar y escribía, y tachaba, y volvía a escribir, y así, en vez de tener 19 años era como volver a tener 12 ó 13. Cuántas veces lo pensé, cuántas veces me dije que era una puta cría por seguir actuando así. No me equivocaba. No sé si es que realmente no veía, no quería entender... Persisten las ganas de pegarme dos tortazos, te lo juro.
Al otoño siguiente seguía igualmente enganchada, quizá un algo menos, o queriendo creer que eso fuera cierto. Sí, con 20 ya sabía lo inmensamente lerda que fui, pero la sensación de ridículo bajo tus ojos era aún superior. Entonces me di cuenta de cosas que el año anterior no capté. Fíjate lo lenta que soy. 
Pero hizo falta que llegara a los 21 para rememorar que, con 20, me dijiste una cosa en la que entonces no reparé. No supe interpretarla, bien porque no podía ir, o simplemente porque sabía que no serviría de nada. El empanamiento mental de aquella noche de aquel día tan bonito me pudo al final. El momento en el que me rendí fue cuando me arranqué la pegatina de la frente. No sé por qué, pero es de las pocas imágenes claras que tengo, a parte de tu cara de susto, de molestia. 
Teniendo aún 21 me atreví a escribir esto, hace justo un año: 

"(...) Pero si me imagino pensando en otra persona, me vuelvo loca y digo que no, que no quiero, que quiero que seas tú. Sólo tú. (...)
Y llegó el día en que no pienso en otra persona y que dejé de pensar en ti de esa forma; que ya no me vuelve loca la idea de que no seas tú y tampoco me mata que no lo seas. También he dejado de querer que fueras, puesto que ahora veo que fui tan tonta que no era ni normal, ni tiene nombre. No me hace gracia admitirlo, pero es lo que siempre supe que pasaría. No me cuesta agachar la cabeza, ni llevarlo conmigo; sólo odio no ser capaz, no tener la oportunidad de pensar en otra cosa, en algo nuevo". 

Como se puede observar era una de las grandes mentiras con las que el destino me castiga. ¡Di blanco para que pase negro! ¡Di negro para que pase blanco! Pero oye, que también hay mil colores más y todos me servirán de contradicción para un destino/futuro en el que yo salga perdiendo. Y sí, adivinaste, con 22 todo se fue a la mierda. Un día de esos cualquiera que me desperté en medio de la confusión que me hace llorar, y luego pasó otro pequeño milagro que no puedo ignorar, pero que es como si no hubiera pasado. 
¿Cómo lo explico? Hay cosas en las que pones toda la fe del mundo, que te mueres porque pasen, y cuando finalmente no suceden, la ilusión y las ganas es que no sé si se desinflan, si desaparecen... Esperar para nada. La frustración de llegar siempre tarde. El pensar que cuando me has tendido la mano, creyendo yo a modo de oportunidad mínima (no para lo que yo querría, obvio), ni si quiera he podido aprovecharla. Porque las circunstancias son otras, porque en algún sitio está escrito que tengo que perder.

Y en este otoño, con 22, me sigo dando cuenta de lo estúpida que fui, de lo torpe que soy contigo y de que esto no tiene sentido. Que querer no siempre es poder. Que poder llega un día cuando ya no es que no quieras, es que te has bloqueado. Y llevo bloqueada mucho tiempo, sin saber qué es lo que quiero. Mi parte tonta se tiraría de cabeza contra un muro pensando que es un arcoiris transparente. Mi parte "racional" (véase mi única media neurona) me dice: ¿para qué? Pero es la parte irracional la que me inunda, se ríe y se contradice, y llora y decide que la locura es la única respuesta. Pero hay días en los que sigo pensando que por un momento, un sólo momento, tuve encendido ese botoncito que decía: Sí. Y habiendo sido todo en esos momentos, hoy estoy segura de que por más que signifiquen, ya no significan lo mismo. 

Pero también estoy convencida, desde este atasco multidimensional, metaperrosófico, de esta crisis de los 22-23, de esta laguna mental de contacto irreal con la realidad, de que si tuviera tiempo, si tuviera la oportunidad... Te lo he dicho un millón de veces, de otras formas, claro, jamás directamente. No sé si es eso realmente lo que necesito contigo, un cara a cara, un "dime las cosas claras de una vez" y que me digas, sin pensarlo más: "olvídame". No sé si necesito que me humilles para que me convenzas, aunque creo que no serías capaz ni lo pensarías. 
No sé si te ha pasado, si sabes lo frustrante que es querer hablar con alguien y no saber qué decirle, por dónde empezar, las vueltas que se le pueden llegar a dar a dos simples palabras o a tres frases tontas. Lo que es que te tiemble el pulso de la emoción, lo que es tiritar de pies a cabeza o el escalofrío de ver, de creer ver. Lo maravilloso que es ese primer momento en que sucede, lo triste que es decepcionarse. Como cuando un niño pequeño tiene todos los impulsos en la lengua para decir algo y no le sale. Como cuando ve que su momento se va y no se atreve a decir: "Espera". Sientes el impulso, las ganas, el... y lo reprimes todo. El miedo, siempre el miedo me ganará todas las batallas.

Ahora es diferente porque estoy tranquila y todo es un poco mejor. Es diferente porque necesitaba esto, pero nunca manejo dos cosas buenas a la vez. Mi padre dice que no se puede tener todo, pero es algo que no tuvo que enseñarme, es algo que desde muy pequeña sé, desde el momento en que me di cuenta que yo no era como. Que sí, que las comparaciones son estúpidas y odiosas y las generalizaciones una idea absurda y de mente estrecha, pero no lo puedo evitar. Yo no soy ese tipo de persona que encaja contigo, que es como tú, yo no tengo nada que pudiera ofrecerte, ni para bien ni para mal. Es como estar mirándote a través de un cristal y que no me oigas, que no sepas, no poder llegar hasta ti y hacerme entender. Me ahoga no saber explicarme. Me ahoga todo lo que no entiendo. A veces no tiene mucho que ver contigo y es sólo una parte más de ese cúmulo de cosas que me hunde. Las dudas eternas que me estancan y no me dejan avanzar, ésas que me atacan a cualquier hora, sobre todo cuando estoy sola, a punto de dormirme y me despiertan con un "¿Y si...?".

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