miércoles, 16 de abril de 2014

This is not a fishbowl

Aquello no era una pecera. Nunca lo fue. Siempre estuvo el mar ahí, con su grandeza, su impetuosidad, abierto, desconocido, ancho, profundo... Y yo era libre, podía moverme en cualquier dirección, pero aquél era mi sitio. Algunas veces elegí avanzar, otras retroceder o dar vueltas en círculos absurdos. Total, el resultado era siempre el mismo. Será cierto eso de que hay millones de peces en el mar, pero no encontré ninguno. 
Ya no sabía si era cosa de buscar, de sentarse a esperar, de dejar que la corriente te llevase o que te ahogara. El caso es que la indeterminación cada día iba haciendo más mella en mí, en mi poco y no muy sano juicio. Era un estado intermedio entre no perder nunca la esperanza y dar todas las batallas por perdidas antes de que empezara la guerra. En realidad eso era lo más normal, aunque últimamente la balanza no se inclinaba demasiado a menudo. El péndulo de la suerte y el azar se había estancado. 

Un día de ésos que no esperas demasiado, muy lejos de otros tiempos, un pez diferente volvió a la antigua pecera. Y aunque era diferente, sin duda, era él, el mismo. Aquel a quien tanto te costó borrar de tus noches en vela, con o sin luna; de tus amaneceres dorados o de lluvia; aquel que un día se fue sin más porque no le interesabas lo más mínimo. 
Su vuelta fue un enigma, una alegría anhelada, sí, pero envuelta en una agridulce sensación. Aquel misterio del que nunca supiste nada, aquella duda constante irresoluble, infinita, imposible, ahora ante ti, pronunciando unas palabras que no eran un simple glu-glu. Un sueño por el que habrías dado todos tus mañanas, como decía la canción. Un sueño por el que habrías renunciado felizmente a todo con tan sólo cerrar los ojos. Así, tan sencillo...

Y no sabes qué es, pero no es como entonces. Te gustaría volver a creer y a pensar de aquella manera, pero cuando te falta oxígeno durante tanto tiempo, es difícil volver a desear con esa fuerza. Sin embargo, no puedes cerrar la puerta sin más y esconder la sonrisa. Siempre estarás alerta; pero por mucho que quieras, si has de caer, volverás a tocar tierra. Y no es eso lo que te asusta, ni el modo en que tendrías que hacerle frente a las alegrías o las adversidades. Es miedo a no saber llevarlo, a volverte a confundir, a no saber y no aprender... Que no haya conexión, que no surja realmente nada. Porque sobran los motivos, aunque te mueras por saber por qué ahora, ahora que estás totalmente desarmada. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario