martes, 27 de noviembre de 2012

Yes, we were older then than now

Y el mundo y el futuro eran nuestros. Sí, éramos muy mayores. Teníamos todo el tiempo por delante, un verano, tres meses eran un abismo y aún faltaba mucho para empezar de cero. Antes de ese paso había mucho por vivir. Así lo hicimos.
El principio era una caída en picado y fuimos a por ella. Nos lanzamos de cabeza a días de risas interminables, a fiestas y juergas en las que nos deshacíamos en risas o llantos, según nos dijera la señora copa. Morirnos de risa, el sol en la cara, tirarnos de cabeza a la piscina, cambiar de color. Y la noche que no terminara, estirarla hasta la madrugada o hasta que el sol saliera sin más. El amanecer era un triunfo, una prueba de nuestra rebeldía.
Éramos muy mayores y comprendíamos muchas cosas. El amor llamaba a nuestras puertas y la entrega y la pasión querían instalarse en nuestras vidas. ¡Ey, aquí está el buen rollo! Y decíamos aquello de "love is my religion". Sí, claro, hubo reproches, enfados y peleas, abrazos comunitarios a los que podíamos haberles puesto el título The End.
Salir de casa y no saber a qué hora ibas a volver, la emoción de la incertidumbre, de no saber y no llegar a imaginar lo que pretendía ser una tarde normal, un viaje a la playa, un cumpleaños más. Aquellas comidas a pleno sol, hartos de vino y las caras rojas. Noches de verano en una piscina, vestidos o desnudas, nadando bajo la luna llena, haciendo fotos y contando historias de mil años atrás. Qué no podíamos compartir en aquellos días...
Y cuando nos pasábamos de largo el siguiente pueblo, allí estaban todas esas caras y esos brazos para recogerte. Salíamos en tropel, uñas y dientes, garras afiladas y fieras que chillaban y se desgañitaban. Luego recapacitábamos y volvíamos a lo que se suponía que éramos: personas normales. La música, las cámaras, los vasos, los regalos, el sol, las locuras, las sonrisas, las gracias, las bromas, los enfados, los caprichos, los besos, la lluvia, las estrellas, los fantasmas, las historias de miedo, el terror, el dolor, las pérdidas... Qué sé yo.
En algún momento la montaña rusa descendía, descendía hasta abismos en los que teníamos que tocar fondo para poder volver a abrazar al mundo. Sí, éramos muy mayores y entendíamos muchas cosas, por eso nos podíamos permitir esos errores, esas confusiones que seguramente habríamos evitado de forma consciente. Y es muy difícil guardar en una botella toda esa memoria que espera en alguna playa vacía de tu imaginación, pero siempre habrá palabras que recuperen la esencia que el tiempo nos arrebata, simplemente porque debe de pasar y dejarnos, dejarnos volar. Como el título de esa película que tanto me gusta: Sweet bird of youth.
Sí, de alguna manera, las cosas vividas también nos tienen que abandonar un día.

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