domingo, 2 de diciembre de 2012

Pequeñas decepciones lobunas.

Mírala. Mira cómo vuela y hace de cada movimiento la figura más perfecta. Mírala, mira cómo te invita a seguirla con su sonrisa encantadora, con la luz de su mirada, con ese aire que envuelve de belleza cuanto roza. Y ahí vas tú, a cierta distancia. La sigues cauteloso y al final la alcanzas. Luego el vuelo de ambos es continuo, acompasado y a veces mecánico.
Entonces os miráis a los ojos y sobran palabras.
Más allá, aquí abajo, la tierra se hunde bajo mis pies. ¿Sabes sentirla? Fresca y húmeda. Y os veo, os veo desde esta incómoda posición. Me doy la vuelta y me siento a esperar, a esperar no sé muy bien qué. 

Llega un día en que ella se aleja, se va y desaparece, sin ni si quiera decir adiós. Tú desciendes poco a poco, reposas en algún lugar durante cierto tiempo y recuerdas algo. Vuelves atrás y yo estoy aquí sentada, hundiendo la mirada en un cielo que sepulta al sol. 
No espero compartir nada y parece que tú quieres hacerlo. Me lanzas esa red en la que caigo intentando un movimiento esquivo que falla. Me atrapas de esa forma lenta y sencilla que congela mis músculos, y cuando sabes que estoy ahí, empiezas a recorrer el camino.

Rara vez miras hacia atrás, sientes los pasos de un alma mucho más pesada. No necesitas girarte para notar mi aliento desde aquí abajo. Yo no puedo alcanzarte y llega un día en que poco a poco levantas el vuelo, llega un día en el que a penas puedo verte. Tú sabes que estoy aquí porque me ves; yo sé que estás ahí, en algún lugar, porque lo siento. Y aunque te siento, la mayor parte del tiempo te sigo a ciegas, sin saber muy bien en qué dirección vas. 
A veces me detengo y trato de dar media vuelta, pero algo me hace continuar. Hay días en que el sol abrasa el suelo y me cuesta tanto caminar.  Y lo peor es cuando se me hunde el cuerpo en el barro y tengo que salir con fuerzas que no tengo, cuando en realidad estoy deseando quedarme aquí.

Un día cualquiera, una mañana clara y tranquila, algo brilla a lo lejos. Tú te detienes y por fin te veo. No necesito más. Finalmente me siento. Y ella llega, revolotea y sonríe, y tú te vas entre sus aleteos. 
No, no miras atrás y yo me tumbo en la hierba mojada. El sol me ciega y las lágrimas me abrasan los ojos. A ti no te importa dónde se pierden mis ilusiones, igual que no te importa en qué recodo del camino yo me doy cuenta de que has vuelto a robarme el norte. Y algo me dice que tengo que seguir, seguir siempre hacia el oeste.

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