jueves, 10 de octubre de 2013

Out of order

"Y un día se me ocurrió la magnífica idea de que a lo mejor había otras cosas, que no tenía por qué intentar encontrar la felicidad nunca más. Quizá algunos no estemos hechos para serlo y que haya otros fines que seguir. A lo mejor no fue tanto decir "No voy a buscarla más, puesto que no la voy a encontrar", sino más bien dejar de pensar que ésa es la principal misión en la vida. ¿Puede realmente haber algo que nos importe más que nosotros mismos, nuestro propio placer, bienestar, felicidad...? Y me autorrespondí afirmativamente. La cuestión era qué.
¿Qué podría ser? No lo supe entonces y tampoco lo sé ahora, pero el bucle en el que he acabado me dice que esa ocurrencia fue una de las mayores tonterías que se me han pasado por la cabeza. Sí, lo admito. Y con ello vinieron arrepentimientos, ganas de enterrar la cabeza y seguir el método del avestruz; o cerrar los ojos y tratar de imaginar que nada de todo eso me estaba y me está pasando. Así que, sí, vuelvo a tener la certeza de que necesito desesperadamente volver a querer ser feliz. Que lo consiga o no, ya es otra cosa, pero por algún lado se empieza, ¿no?

¿Por dónde empiezo? ¿Cuál es el primer paso? Parece absurdo pero siguen pasando los días, los meses, las semanas y encuentro una resistencia imposible a dejar que, sin más, el tiempo pase. LÍMITES. Ésa es la única palabra que encuentro cuando pienso que estoy dejando que las circunstancias me lleven a donde quieran, que hagan de mí lo que les plazca, como si ya no me interesara, como si ya no pudiera hacerme responsable de absolutamente nada de lo que me ocurre. Y tengo la vaga idea de que esto tiene un final, una fecha de caducidad puntual, concreta, que es una transición, pero qué maldita transición. Aunque desde luego, ni se me ocurre pensar únicamente que cuando esto acabe, llegaré a algún punto en el que todo será mejor. No... Sería demasiado ingenuo creer que las cosas no se pueden poner peor. Lo cierto es que tampoco me mortifica la idea de una situación más extraña que ésta, de una crisis que no sé lo que es ni a dónde me lleva; pero sí tengo claro que el día que acabe sonreiré y al día siguiente, pues será otro día. Siempre queda la esperanza de un algo mejor. 

Y después de aprender dónde están todos esos límites, no sé qué clase de persona seré. No creo que cambie demasiado, pues sigo pensando que se me da de maravilla romper vajillas enteras. Sí creo que la vida volverá a cambiar para siempre, tal como la estoy conociendo, y tampoco es algo que me importe demasiado en estos momentos. Como si hubiera perdido la capacidad de ilusionarme, de asombrarme, de sonreír. Como si tuviera un hueco entre los dos hemisferios del cerebro, el lugar que me divide y me deja fuera del tiempo, de la realidad, del espacio. Un estado absurdo fuera de plano, la contradicción pura que veo como un hueco blanco, cuando miro sin ver, cuando pienso sin palabras y sin imágenes. Y hasta ahora, ése ha sido el estado predominante cuando he conseguido dejar de pensar; cuando me ha vencido el sueño; cuando llorar ya no tiene sentido; cuando la angustia se traduce en ansiedad, dolores de estómago y latidos desesperados; cuando estoy en otros derroteros de mi maldita locura, en otro lugar, en otro tiempo. Ése lugar en el que estoy sin llegar a estar, porque no quiero estar en ninguna parte; ése, ése es el único sitio al que siento que pertenezco y donde debo estar: como si no hubiera existido, como si no viviera y así no tener que sentir, ni pensar, ni sufrir, ni reír, ni soñar. Fuera de juego". 

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