Aquella historia de la jaula de oro, lo de la libertad concedida que devolverías a cualquier precio con tal de sentir la seguridad de sus brazos. Aquello de "quererte hasta que aprendas a quererte" y lo de "soportarte" están muy lejos de unas manos que a penas han llegado a rozarlos. Y no se trata de pensar en "mañana será otro día" y "cada día es único e irrepetible", porque son excusas baratas que la sinrazón rompe con un suspiro.
Y a veces dar tantas vueltas en la orilla acaba desgastando el terreno, rompiéndolo, y te hace seguir en peligro. Saltar o caer, y parece que no hay más salidas. Bien, no hay más. Sólo la resistencia de una voluntad cero de hierro. Todo lo negativo, porque ella es el imán perfecto. Y me siento como un bicho nadando que no encuentra saliente alguno al que agarrarse, por miedo de ahogarse en medio de la nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario