domingo, 28 de octubre de 2012

28.10.11.12.

Y si cierro los ojos puedo verle ahí de pie, delante de mí, mirándome fijamente. Intento recordar cada detalle, el mínimo movimiento de su cara, sus ojos, su nariz, sus labios... Pero sólo me mira, intensamente, sin pestañear. No sé cuánto tiempo pasa, pero él sigue interrogándome sin decir ni una palabra, esperando a que yo dé el paso.
No puedo. Hay muchas cosas que me gustaría decirle y no es el momento, ni el lugar. Ojalá que haya un día, una oportunidad para que podamos hablar, que él quiera escucharme y yo contarle tantas tonterías y cosas importantes como sea capaz. 
Entonces cuando estoy a punto de decir algo su mano roza mi cara un segundo, y me quedo tan helada que no sé si abalanzarme sobre él o darme la vuelta. Me agarra de la cintura y acaba envolviéndome entre sus brazos. Y yo me pregunto "¿Qué haces?", para no pensar lo contrario, para no tener esas pompitas de colores que estallan tan fácilmente. Me aprieta, me aprieta suavemente contra su cuerpo. 
Noto su aliento en mi oído, y se me acelera aún más el pulso. Pienso, digo, deseo que pare, no quiero irme llorando a casa. ¿Por qué? ¿Por qué no salgo corriendo? Y esto es lo que más deseo, lo único que realmente  me haría feliz. Él.
"Te quiero". Dos palabras. Una bomba. Suficiente munición para derrumbar los pocos cimientos que sostienen lo que hoy queda de mí. La mariposa de mi fantasía levanta el vuelo y me dice "adiós", tímida y contenta a la vez, encantada de ver la primavera a sus pies. 

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