martes, 9 de julio de 2013

Círculo


Con los ojos cerrados y la carne de gallina, anuncio del Otoño que entra por la ventana abierta. Otoño. Cambio. Y siento el vacío. Caída libre.
Abro los ojos y todo es azul. Apenas hay luz y el sueño aún flota en la habitación. A lo lejos, el sol yace turbio tras la ventana, apagado, perdido. Es el fin de una promesa.
Aquí dentro son dos mundos distintos. La cama deshecha y las sábanas hechas un ovillo. Recuerdo de una noche que nunca olvidaré y un verano, mi verano, que toca a su fin. El mundo perdido.
Son las siete. Tic, tac, tic, tac, tic, tac. Y él hace la maleta. Quiero llorar, necesito hacerlo, pero no puedo. Se gira y sonríe cuando ya ha terminado. Otoño que llega; invierno de mi estómago. Mundo nuevo.
Me mira y en realidad, no hay mucho que decir. A decir verdad, nada. Nada. Adiós. Esa caída libre y un beso que me sabe a poco. Me besa en la frente y se va sin despedirse, aunque yo tampoco lo hago. Extraña protección de un dios que me abandona, que se olvida de ese mundo perfecto ya perdido.

No somos dos peces que nadan en la misma pecera, sólo somos dos peces perdidos que se encontraron en medio del mar. Y una vez más, siento que sólo estoy de paso en la vida de alguien. Una vez más. Pero él habla de volvernos a encontrar a lo largo y ancho del tiempo. Frente a frente, cuerpo a cuerpo, vivir, jugar, reír, disfrutar… El instante. Palabras que son puras metáforas en las que no quiero creer, pero que me hacen sentir.
Sencillamente, le ha dado la vuelta a todo. No me reconozco tan débil, tan vulnerable. Él sabe todo lo que significa para mí, todo lo que es, que no es un instante, pero se me resiste y no sé nada de él. Basta con que sonría para que todo se arregle.

Brújula sin aguja. Gato sin bigotes. Animal sin instinto, de nuevo en la carretera. Él dijo que tenía que ser valiente y echar a andar. En cada esquina tratar de encontrar una sonrisa y un nuevo motivo para caminar. Jamás buscar una única meta, cuando siempre hay más. Pero yo no puedo seguirle a ciegas, por eso siempre me quedo atrás. Y cuando él ya ha dado la vuelta, cargado de historias, de ritmo y felicidad, vuelve a recogerme y a meterme bajo su ala. Sabe que le necesito, pero no quiere que coja su mano eternamente. También dijo que debía creer. Creer. Tan fácil… ¿Sin preguntarme por qué? Quizá porque sería la única manera de perder el miedo, lanzarse sin más. Pero yo no quiero hacerlo, no del todo. Es un juego al que no quiero jugar. Sentarme en el camino no significa “morir”. No es que me haya rendido, sino que prefiero sentirme segura y estar en los lugares ya conocidos, físicos o mentales. Por eso odio la caída libre. El invierno de mi estómago.
Sin embargo, es su sonrisa. Parece una linterna que quiere sacarme de una terrible ignorancia cargada de cobardía y lanzarme al atrevimiento. Es ésa sonrisa lo que hace que no me detenga del todo en el camino. A pesar de todo, él no entiende que para mí continuar caminando no significa que esté viviendo.

Un día que me llevaba de la mano, pasamos por algún lugar con muchas flores, donde todo era luz y color, en contraste con la tormenta gris de aquel día. Él sonrió. El futuro. Los ojos cerrados. Al resto lo llamó intuición. Su sonrisa, su eterna sonrisa…
Hoy cierro los ojos y sigo viendo las flores. No puedo dejar de sentirlas, de olerlas, casi puedo tocarlas…y él a mi lado, susurrándome que las coja. No temer a los insectos ni a las espinas, simplemente, hacer aquello que realmente se desea. Recuerda: lo llamó intuición.
Me asomo a la ventana; el humo hacia el horizonte, en busca de las nubes grises que cree semejantes. Necesito agarrarme al alféizar y, entre calada y aire turbio, y aire turbio y calada, busco el aire frío de la mañana, con restos de agua.

Y es que el tiempo no parece avanzar, y me acuerdo de la primera noche que estuve a su lado. Sorprendida de que me quisiera escuchar, de que realmente le interesara. Muerta, suspendida en el aire, porque al fin podía perderme en sus ojos, sin darle explicaciones y con su sonrisa de mi lado. ¿Cómo iba a querer que acabara el verano?
Sonrío al pensarlo. Él se reía porque volvía a verme como una niña, pero una niña feliz. Y eso es lo que realmente quiere que haga: mirar las cosas como lo miraba a él aquella noche, descubrir las cosas que pueden hacerme feliz, y entonces, poder retenerlas, igual que retuve su mirada. Felicidad por felicidad. Bien común.
Me sorprendió que en cierto modo le gustara esa parte infantil. Mucho tiempo atrás juraría que fue lo que no le convencía de mí. Ahora, delante del espejo, trato de buscar las diferencias y las semejanzas con el antes y el después. Mismos ojos, misma boca, mismo pelo… La línea del hambre vuelve a estar marcada donde a mí me gusta que esté, como estaba entonces. El flequillo es el mismo, un poco más largo. La silueta se ha metamorfoseado varias veces, llegando al punto de mutación. ¿Qué es lo que ha cambiado que aún permanece? Las sensaciones, los recuerdos, los olores…aunque me quedo con gran parte del proceso de niña a ¿joven?

Sopla un momento el aire, húmedo y débil, y penetrante. Se me dislocan las ideas, se mezclan con recuerdos y el paisaje hace demasiadas sugerencias. Pierdo el rumbo del momento. Calle abajo ruedan las hojas mojadas, ya muertas. Y el humo negro de mis pulmones las sigue, con aroma de tierras más exóticas que ésta.
Y suena la radio, un tic tac olvidado. No apagado. Misma hora de ayer en estos momentos, billete comprado. Música, piel de gallina y caída libre. Las lágrimas empujan para poder salir, me tiembla el pulso y trato de aguantar los versos de la canción más bonita del mundo. Es la estampa de un sueño. Es perfecta porque es redonda, y es redonda porque es bonita. Es un sueño, una locura, una pérdida, una ironía del destino. Venganza del inconsciente, lucha entre realidad y ficción, tiempo de duelo y de aceptación. Poner el motor en marcha y dejar que siga su recorrido. Y mi rayo de sol se reía al verme llorar con esta canción.
Ahí abajo va otro recuerdo del mundo perfecto, igual que la canción corre en el tiempo, nos veo correr calle arriba, con la policía doblando la esquina, y nosotros irrumpiendo con fuerza en el portal. Entonces mi risa escapa con ellos y me domina el alivio de aquel beso prófugo.
Gotas que apagan mi humo; gotas que vienen a llevarse septiembre. Pero yo me quedo en ésta, mi ventana, en bragas y en sujetador, con frío invernal y el calor idealista del tiempo.
Suspiro. Carretera. Piedra. Volver a caer. Jamás olvidar. Sé que no puedo cambiar lo que siento, a no ser que algún día evolucione. Tengo que aprender. Voluntad. Eso es lo que necesito. Un par de días y yo también me habré ido.

Por fin me decido y hago la maleta. ¿Eso es voluntad? Dejo la cama deshecha y me vuelvo a tumbar. Entonces acabo de perderla toda. Vuelvo a sucumbir al olor de su presencia. Y quiero quedarme aquí, perdida entre todo esto. Es una manera de retenerle, de sentir que aún está aquí a mi lado. Es sólo conocimiento seguro, idea universal de mi pensamiento. Como aquella canción que decía que el verdadero hogar se encuentra donde reside el corazón. He de ser realista. Mi Dios se ha ido. Dentro de dos días yo tampoco estaré aquí. Cogeré la dichosa maleta y retomaré el camino. Supongo que seguir la corriente del río es a veces sinónimo de voluntad. Y cuando llegue todo será nuevo, distinto, seguramente mejor. Perfecto para lo que él quiere que haga, lo que espera de mí: vivir, disfrutar, aprender, apreciar, comprender, elegir, tropezar, liarme, confundir, equivocarme, compartir… La intuición. El experimento. Conocerme así a mí misma. Cortar las cadenas. Ser feliz. No por él, no por nadie, sino para poder ser libre. Así que supongo que eso es la voluntad, la fuerza que te lleva a ser libre.

Las golondrinas pasan volando calle abajo. Pájaro maniático obsesionado con volar hasta casi chocar con la gente. Bella idealización marinera, símbolo completo de tantas cosas. Yo tengo una en la muñeca.
Entonces era abril. Con la lluvia había vuelto la vida, la alegría, el alboroto y la luz. Los días más largos y más cálidos, gente acurrucada en abrazos, sonrisas grabadas a fuego en la cara, diversión, felicidad. Y luego estaban las mariposas, gusanos con alas, metáfora de la perfección, del cambio, de la belleza platónica. También las flores, que para mí seguían significando mucho por la letra de aquella canción. Pequeñas semillas dormidas en el invierno que con el sol habían cambiado por completo, tornándose hermosas, de colores, increíbles, agradables. Y eso es lo que precisamente quiero que me ocurra a mí, con mi rayo de sol al lado.



La golondrina. Símbolo marinero que significa protección, recuerdo del pasado, independencia, cambios, misma esencia, un único amor en la vida y retorno al hogar. Pequeño resumen de la vida

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