sábado, 24 de marzo de 2012

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No tengo miedo de despertarme con el sol en la cara y mirarlo de frente. No tengo miedo de que llegue la noche y caer rendida en sus brazos. No temo al momento en el que el sueño me lleve y me haga ver otros mundos.
No voy a vacilar si tratan de convencerme en qué creer. No voy a dejar que rompan esa lámpara, apagada o encendida, donde está escrita la palabra futuro. No van a venderme el miedo como reacción al cambio. No creo en la pasividad física o de pensamiento porque, aunque no soporto los límites, reniego de las cancelas que amurallan la imaginación. Por eso creo que debería estar prohíbido dejar de soñar.
Quién, bajo qué ley, o bajo qué iluminación, puede llegar a creer y a admitir como propia la posibilidad de apagar esperanzas.
Quién, me pregunto, puede querer arrebatar sueños e ilusiones para regodearse, para sentir placer, haciendo ese estropicio irreparable.
Romper sueños debería estar penado. Es incluso peor que poner límites, ya que éstos pueden superarse con el ingenio. Y digo yo, dónde está la esperanza, dónde hay que buscarla. Supongo que primero hay que creer en ella, saber que eso ni se compra ni se vende, y que nunca desaparece del todo. Y si lo hace, entonces estás muerto.
Si se camina, se camina por algo, aunque sea por ver la luz del sol un día más, o por sentir que la luna te mira otra vez desde lo alto de su trono azul. No se puede dejar que la llama se apague, que destruyan algo tan propio. Y saber que, por muy oscuro que sea el túnel, algún punto más claro, aunque sea gris, habrá y siempre será menos opaco que el negro.
Así que no se puede matar eso que se llama esperanza. Ella misma, por sí sola, aparece una y otra vez a lo largo de los caminos, de la manera que sea, por muy solo que uno esté. Yo diría que es inmortal, que nunca se pierde del todo, y que no acaba nunca por morir con nosotros, puesto que renace con cada una de las demás vidas.
Está presente en todos y cada uno de esos pequeños pasos que se dan desde el vientre a la tumba, o hasta la inmensidad de los vientos que recorren el mundo.

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