viernes, 9 de marzo de 2012

Escena I

Ese vértigo que me invade al entrar en la plaza. Siempre, y nunca sé por qué.  Y busco, no sé el qué, en las caras de la gente. Pasan, más jóvenes, más viejos, riendo, con prisas, con ese aire de distinción señorial o con pasos distinguidamente orientales. Otros arrastran los pies, apoyándose en un bastón, o simplemente buscan el sol de marzo, a solas o acompañados.
De repente miro el reloj y se me ocurre todo aquello de la poesía. Trato de construir una especie de collage mental con imágenes de gente, intentando memorizar, recordar detalles. En realidad no sé por qué ni para qué. Y sin más, lo veo allí sentado. Poesía pura. Y pienso que también una figura, una persona, puede serlo, no aparentarlo pero sí transmitirlo.

Sentado en uno de los pocos bancos que quedan al sol, de espaldas al reloj, cuerpo ancho y voluminoso; pelo blanco y alborotado; gafas de pasta negra y ese aire contemplativo; templanza, paciencia, surcos de los años. Parece un marinero atrapado en el centro de la plaza, pero conserva ese aire juvenil, y se refleja en su mirada, en su camisa de cuadros blancos y negros, en sus mitones de colores brillantes y su bicicleta, casi moto, de estilo retro.
Poesía pura. Sin decir nada, transfiere mucho. Es tranquilidad, paz, mezclado con el peso de los años, de cosas pasadas y miles de experiencias vividas. No sabría explicarlo. Simplemente allí, sentado, me trae tantísimos recuerdos y cosas... Y yo también quisiera llegar así a sus años, sean los que sean, con la misma mirada limpia y esa presencia llena de serenidad... Porque ahora creo más que nunca que se puede hacer poesía sin hacer nada realmente. Tan sólo hay que mirar y alguien habrá que sepa o pueda transmitir sin saber, cosas que ni el mejor de los poetas podría escribir, pintar, o tan sólo soñar.
Es aquello de "la poesía sale a la calle", y estoy deseando encontrármela, o al menos intuirla en algún pequeño rincón.

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