martes, 16 de diciembre de 2014

Él, maravilloso y único ser.

Me gusta cuando la gente egocentrísima de la muerte estalla, dejándote en ridículo, humillándote, porque ciertamente tiene que llamarte la atención por determinado comportamiento. Me gusta ver cómo pierde los papeles, como grita en plan dinosaurio. Me gusta ver cómo me va sorprendiendo cada segundo que chilla, más y más, cómo se me apelotonan los pensamientos unos tras otros, mientras me late el corazón hasta casi reventar. No sé si me alegro de haberme callado. No sé si me mordí la lengua porque no era el momento. Quizá porque ya no tengo 19 años. Pero me ha rematado ver su transformación: la persona que se dedica a la ética, a adoctrinar a los demás, a enseñar a pensar... Cómo estalla, te dice todo, te echa en cara los favores que hizo de todo corazón por ti, porque siempre ayuda a los demás, porque es justo, blablabla... y más blablablá. Pero suelta que le vas llorando, a lo cual añade, que también todos los demás. Y sigue hablando sin nombre, pero tú sabes exactamente a qué se refiere. Entonces piensas "¿Cómo puede ser tan cerdo?". Y en ese momento que levantas las cejas de la impresión, casi se te escapan las puñeteras lágrimas, pero no. Que disfrute del espectáculo. Que se te sequen las lentillas mirando la pared, tiesa como una vela, mientras te sigue gritando y diciéndote que te vayas. Y después de humillarte, de hacerte reconocer tu ignorancia delante de más de 20 personas, te/le pide perdón a todos, que no quería ponerse así pero... Sigue ironizando sobre el tema. Sigue tal cual. Y vuelve a la carga. Nos hace un favor, nos enseña a pensar. Él, precisamente él. Ja. 

Él, que se molesta porque la gente abre la puerta dos minutos después de que haya empezado a hablar. Él, que no te deja exponer. Él, que te obliga a comprar sus libros llenos de erratas que nunca más podrás utilizar. Dinero a fondo perdido. Él, que no soporta un ruido en el pasillo y sale en busca de los causantes. Él, que le riñe exageradamente a una persona por pasar las hojas de una libreta. Él, que no se sabe ni sus horarios, que chilla porque no sabe utilizar el ordenador. Él, que te deja el powerpoint para que lo admires pero no para leerlo. Él, que entre grito y grito y movimientos histéricos no molesta a nadie, no incomoda a nadie. Él, el ser ético y moral perfecto, el modelo perfecto a seguir. 

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