lunes, 29 de diciembre de 2014

La Pausa

Debía ser cierto que las cosas pasan por alguna razón, y no importa cuánto tiempo tardemos en darnos cuenta de que sucedieron y de que había un motivo para ellos. 

Hubo una vez un espacio entre el cielo y la tierra, entre el sueño y la realidad, el espacio y el tiempo: la Pausa. 
La Pausa comenzaba entre los extremos de un puente, dos cuerpos que se tendían uno sobre el otro intentando sostenerse. La Pausa comenzó en el momento en que el inicio del puente se dio las manos con el final. Lo que quedaba en medio... Eso nadie volvió para recogerlo. Eso quedó expuesto, abandonado, en peligro de ser olvidado. 

La Pausa se inició para poder comprender. No había necesidad física o exterior de dar razones. Nadie querría nunca escuchar, salvo quien deja de dormir porque no recuerda cómo se desconecta la mente antes de rendirse al sueño. 

Una mañana fría de noviembre. La playa helada, congelada en un segundo en su retina. El mar peligroso, el agua grisácea, revuelta, plomiza, casi metal fundido. Cerró los ojos y escapó. 
Algún tiempo atrás aprendió, aprendió a escuchar el silencio bajo el agua, a olvidar que en la superficie nunca sería tan libre. Eso era la magia: un oasis de felicidad que se rompía al traspasar la delgada línea que limita entre la superficie y la necesidad de respirar. 

Una lágrima tras otra fueron cayendo de sus ojos cerrados sobre su ya muy mutilado abrigo gris claro. 
Nunca fue necesario explicarle, nunca tuvo que decir. 
Se adivinaba en sus gestos torpes y su embobamiento profundo, su sonrisa vergonzosa y su mirada clavada al suelo. Los errores, las confusiones constantes, las bobadas coloradas tendiendo al infinito horizonte. 
Nunca hubo que jurar que le temblaban las manos y la voz de la emoción aunque tratara de ocultarlo. 

Claro que lo sabía. Era un halago más. 

Todas las mañanas, muy temprano, hundía todo su cuerpo en aquella dimensión mágica. Nadaba un poco, intentaba desconectar de su propio cuerpo, imaginando que ni si quiera volar debía de parecerse un poco a aquello. 
Allí estaba sola, sola con su pensamiento. 

No había confianza, ni tampoco cercanía. Sólo cruzaban palabras tontas, sonrisas y miradas cómplices; la una confundida, la otra demasiado segura de que lo que sentía. 

El Sol llegaba allí al fondo, dibujando luces y sombras en un extraño espejo, para que luego fingiera ser capaz de atraparlas, posicionándose sobre ellas. 

Quién no querría que el tiempo se derritiera y que la Suerte, de su parte, engranara todos los mecanismos de la felicidad. Pero un sueño es sólo un sueño, y es menos aún, cuando uno descubre que no será posible, que no fue nada más. 

Fue una de esas pausas extrañas; el espacio recorrido entre dos puntos extremos. 
Ni el Sol ni la Suerte le sonrieron y aunque juraría que podría afirmar... ¿De qué serviría? ¿A quién se lo iba a contar?

La Pausa permite considerar las cosas; te deja reflexionar. Y a pesar de que uno ahogue el amor en el fondo de un cielo mágico, perdiendo de ese modo la paz, aún se puede huir una mañana fría de Noviembre, en la que el firme y rígido puente es sólo un trance más de la vida, que ha de pasar y que quieres olvidar. 

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