jueves, 25 de diciembre de 2014

Re-Place

Dar lecciones de moralidad es más fácil que ponerse a pensar. No supone tanto esfuerzo. Uno sabe lo que moralmente está aceptado y lo que no. La teoría siempre es más sencilla cuando la dices de carrerilla, sobre todo si es para amonestar a alguien. Especialmente cuando se trata de quedar por encima. Y cuando intentas tender la mano y no dejar a alguien con la palabra en la boca, la cosa sale al revés. Depende de quién seas, claro. Cómo no. 

¿Para qué pensarlo? ¿Para qué tenerlo en cuenta? ¿Para qué decirlo? ¿Quién lo va a saber? ¿Quién lo va a escuchar? ¿Quién lo va a leer? Tu puta cabeza. Tu puta locura. Vuelve a ser lo mismo: pensar en la luna, cerrar los ojos y darte la vuelta. Con un poco de suerte, quizá, estés escuchando la música de siempre, la única que vale la pena. A veces no sirve de nada que las cosas cambien. Como las piedras, que resisten el paso del tiempo, aunque se desgasten. La locura no mata, sólo consume. Y a eso estamos. Aquí estamos. Quitando -amos. Diciendo -oy. 

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