miércoles, 3 de abril de 2013

Far beneath the bitter snows

¿Cómo empezó? ¿Que cómo empezó?
Un día, una tarde, una noche, un sitio cualquiera. Ella pasó justo por debajo de sus ojos, con la cara iluminada y sus amigas. En ese momento algo lo atrapó y no supo qué. Y durante unos segundos la observó, para recordarla un par de días después y olvidarla no mucho más tarde. Quién sabe si fue casualidad o una broma de eso que llamamos destino. En otra fecha nueva y diferente, mismo lugar pero con otra luz, pasó sola y al abrigo de sus propios brazos, lágrimas corriendo y un velo melancólico consigo. Esta vez consiguió verla antes de que pasara de largo, con el tiempo justo de memorizar el arco de sus cejas, el perfil de su nariz, el grosor de sus labios y algún que otro lunar. Y en la lentitud de su camino ella ni si quiera se dio cuenta de que él estaba a un par de metros.
La segunda vez dejó más huella que la primera y si bien con los días su recuerdo se fue difuminando, sus labios no lo hicieron. Quién sería, de qué manera, cómo llegar hasta ella. Primero la pensaba mucho, luego a ratos, después eran pequeños y fugaces recuerdos, hasta que la obsesión se apoderó de él. ¿Y cómo que a la inversa? Ella sólo era una figura, un cuerpo, una persona desconocida.  Pero pasó mucho tiempo hasta que la volvió a ver.
Y a la tercera fue la vencida y en un tropiezo de ella, previo grito de enfado, antes de enamorarse de sus ojos, él volvió a verla. Al borde de la acera, semáforo en rojo, la niña se metió delante de su coche. El susto, su forma de ser, acaso que la reconoció, de cualquier modo, él se bajó. Ella le echó las culpas y se largó sin mirar atrás. Bonita y con carácter, ¿qué más podía pedir? Al menos ya sabía que él existía.

Un momento cualquiera, una cafetería tranquila, el sol tras la ventana. Él y su jauría, ella en un rincón en la última mesa. Sonríe, afortunado, hoy se la mete en el bolsillo. Ella sueña con los ojos cerrados, repasando la última conversación con otra persona al lado de un café frío. ¿Qué fue lo que dijo? Algo de deseo, algo de libertad. Qué más da, el caso es que se ha ido. Oye que la puerta se abre, que entra mucha gente o que al menos hay más alboroto, voces y pasos y unos segundos después, una silla que se arrastra muy cerca. Un "hola" desconocido y allí está el idiota que casi la atropella cosa de un mes atrás. 
Perpleja y confusa, viéndolo todo un poco desenfocado, lo saluda desganada y guarda silencio. Se vuelve piedra y él se sienta a su mesa. ¿Qué hace? ¿Qué espera? Pero él no tenía planes de irse. Le habla y le habla, y ella no parece escuchar, no le interesa. No piensa darse por vencido y logra robarle el nombre: Maya. 
Pero Maya tiene la mirada perdida y parece aburrida, está cansada y sólo piensa en irse a casa. No es el momento oportuno, no tiene ganas de hablar ni de estar con nadie. Hay otras cosas que pensar, tanto que poner en orden... 
Y se despiden fríamente, aunque él haya agotado todas sus armas sin que ninguna haya dado resultado.

Lo que Maya no pensó es que él volvería a aparecer por su cafetería, único punto de referencia para encontrarla. Harta y cansada de tanta confianza que ella no había dado, se culpó por no haberle frenado el primer día y un día fue demasiado brusca. Él dejó de seguirla y no volvió a aparecer a por su dichoso café-excusa.
Noviembre llegó a pasos agigantados y Maya no se había dado cuenta. Ninguno de aquellos días sin sol le parecieron largos, sino cortos, cada vez más breves y vacíos. El caso era que, al menos, aquel desconocido le hacía compañía. Y sus ojos, y su boca, y su voz tan cálida y cercana.. Y cuanto más pensaba que en verdad sólo era un idiota, tanto más se le hundía el verde por encima del marrón.
¿Dónde buscarlo? Y una tarde en la acera de enfrente camino del café-frío... Cruzó sin mirar, corriendo, sin parar, colándose entre los coches y se paró justo frente a él. En seguida había perdido el aliento así que el silencio se hizo durante unos minutos. Cuando logró recomponerse él no podía estar más que alucinando, y ella se volvió loca y empezó a reírse, pensando "¿qué coño estoy haciendo?". Y entre vaho y risas salió el sol de detrás de un edificio, un rayo los alcanzó y ella por fin se calló. Echó a andar con él y supo que se llamaba Lorenzo, Lobo para los amigos.

Desde entonces, los días de Noviembre no conocieron más nubes y las tardes frías se esfumaban al calor de uno y más cafés. Y Maya destapó su sonrisa por primera vez en varios meses, aunque no dejaba salir las palabras exactas. Perdida aún, más confusa si cabía, tropezó con él y ya no podía dejar de lado algo que le pesaba. Cada día, cada hora, cada minuto, aquello crecía y crecía con ella, sin hacer caso de lo que Lorenzo decía sin miedo, a la mínima oportunidad que se le presentaba. "Es demasiado pronto", se decía.
Y aún en meses de frío, llegando a casa una mañana de Febrero, por fin se animó a reconocer, y lo supo. Lo supo desde el primer momento, estaba atrapada desde el mismo "atropello". Sabía que él aún quería y seguía intentándolo, así que ya era hora de decirlo.
Sin planes ni más arreglos, echó a correr una tarde preciosa. No lo encontró en la cafetería ni en el parque, ni en las dos o tres horas siguientes. No quería llamarlo, sólo sorprenderlo, y al final lo encontró. Se le echó encima, salvaje y con las mejillas encendidas, aquella luz otra vez en su cara y él deseando escucharla. El sol ya se iba poniendo y ella se abalanzó en forma de beso. 
Y aquella tarde parecía un comienzo, pudo haberlo sido, si no hubiera aparecido ella. Su carita de luna, sus ojos de gata y su flequillo de lado. La dulzura en persona, aunque firme y segura de sus pasos, su sonrisa tenía un misterio e iba con él de la mano. No acertó a contestar a su saludo más que con un sonido quebrado, se le llenaron los ojos de lágrimas y se le heló el café esperando. Rompió las flores que hacía de papel, disimulando, mirando a través del cristal, sin fuerzas para levantarse. Idiota por mirar cómo se iba el tren sin haber podido admitirlo antes.
¿Y qué le dijo él? Frágil, dulce, sensible, alguien que necesita a alguien que le cuide la sonrisa, que la proteja noche y día, que la cubra y la llene de atenciones, porque si no, las flores se marchitan. 
¿Y qué dijo ella? Que a veces un rayo de sol basta para mantener a la flor con vida, pero que el exceso de calor hecho rutina, mata a cualquier planta. Ella con él ya había florecido, ya había dicho, ya había explotado, pero las palabras se las llevó una tarde el viento, y ella perdió todos los pétalos al ver la luna pasando por su lado.

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