domingo, 9 de junio de 2013

Domingos putos

"Por eso, y pese al desenlace angustioso - esa red de cazar pájaros en la que terminaba enredándose -, el sueño de la noche anterior la tranquilizaba, porque le daba una impresión de normalidad. Si conservaba la capacidad de soñar, aún podría conseguir lo que se propusiera".
"Ahora lo entendía: <<Nadie es una isla, completa en sí misma...>>. ¡Qué cierto era! No se trataba de una extravagancia. Su padre había intentado decírselo, en palabras de ese tal Donne. Cada persona era una parte del continente, una porción de la tierra... Todos estamos ligados a la humanidad. Y, cuando uno moría o padecía, era un poco como si muriesen o padeciesen todos". 
"(...) pero yo no tengo nada, absolutamente nada, desde que perdí a Conejito, ni si quiera a mí misma, porque estoy siempre cambiando, y tampoco puedo tenerlo a él, porque vivió hace tiempo, y ya no siente el sol ni el viento en la cara. Por eso quiero encontrarlo, aunque tampoco pueda tenerlo. Al menos tendré mi propia historia, mi novela, aunque no la escriba. (...)".

Echo de menos devorar libros, historias. Que pasen los días y ni me inmute, que sólo importe ese libro, esa historia, llorar a lágrima viva, reírme a carcajada limpia, sonreír sabiendo yo sólo por qué, evocando recuerdos, tonterías, qué sé yo. Perderme en una historia, que se me meta por la piel, perder la noción del tiempo y la realidad, sentir otra vez esa desconexión entre ficción y vida diaria, donde me pregunto por los personajes, como si estuvieran esperándome a que continúe leyendo, y darme cuenta de que ya acabé el libro, pero que ellos siguen ahí, para cuando quiera volver a empezar. Perderme y encontrarme entre las letras, saber que de alguna forma siempre he sabido tal cosa, que ya antes la leí, que los libros de siempre y los nuevos que estén por llegar, también son parte de mí. Que soy todo eso que he leído, que aprecio, que odio, que no volveré a leer, que me gusta recordar, todo lo que aún esté por venir.
Una vez cometí el error garrafal de decirle a una profesora que "la HISTORIA no tiene alma". No sé si lo dije en serio, si lo dije a la defensiva. A medias entiendo por qué lo dije, a medias sabía que no tenía razón. Y ahora puedo decir que en ese cuadro general que estudiamos, esas características generales de cada época que tanto aburren y provocan suspensos, es necesario conocerlo si queremos vivir y comprender. Esa HISTORIA es necesaria para cualquiera, y sin ella, las historias concretas, individuales, particulares, no tendrían lugar. Es intocable y a la vez es entera, existe, se puede palpar, ver, contar, oler, seguir, sentir. Es un escenario del que todos somos parte, no es un corta y pega, sino una evolución: ahora hacia adelante, ahora hacia atrás. El problema está en los términos y lo confundidos que estamos nosotros, pero sí, somos parte de un todo. 
Nacemos y procedemos de algún sitio, de una historia, de dos padres, nuestro nacimiento tuvo un motivo. Nuestra historia seguirá su curso, y si acaba, seguiremos estando en ese escenario, que no es otra cosa que el mundo. Y así estamos todos conectados, porque la HIISTORIA no deja de ser el propio mundo. Lástima que seamos como somos, lástima que haya odio, terror, destrucción, pero cabe pensar que quizá no habría más historias si no hubiera diversidad. No estoy justificando barbaridades, sino que hablo del ciclo mismo de lo que es la humanidad. ¿Quiénes somos? No lo sé, pero sí creo que estamos para contar la historia de ese mundo en el que vivimos, la nuestra, la de otros. ¿A quién? A todos, a nosotros mismos y a los que estén por venir.
Y prefiero las historias con "alma", las que me hagan sentir, sentir algo. No me llaman aquellas que pretenden o que nacen para enseñar, que están maravillosamente escritas, que son bestsellers y blablablá. En esencia tiene que haber algo, y si no me atrapa y me encanta de alguna forma, en el sentido de hechizar, no creo que me merezca la pena. Volver a releer y a reconsiderar lo ya leído, o lo que nos hemos negado a leer, también creo que es importante. Nunca podemos saber cuántas cosas hemos olvidado, pasado por alto o dejado por el camino, y hay que ser humildes y lentos y volver atrás, al origen, alguna vez, de vez en cuando.

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