lunes, 17 de junio de 2013

Nueve

De alguna manera yo siempre caminé hacia ti. Siempre te hablo de abismos y distancias, contando con los dedos los encuentros. Pero tú y yo sabemos que no es así. Un día fuimos dos piezas por separado, y poco a poco los años nos fueron ensamblando. Ahora somos parte de un puzle que difícilmente podría recomponerse sin uno de los dos. Y somos historias, somos besos, somos palabras, somos noches, somos días interminables, amaneceres en playas, vasos a medias en un bar desierto. Sí, mis pasos siempre iban encaminados a ti. 

No sé de qué forma, si existe una razón que lo explique, el caso es que aparecíamos. No importaba lo lejos que estuviéramos, el tiempo que pasáramos sin vernos, antes o después. Y en un instante todo se disipaba, el mundo parecía dejar de existir entre historia e historia. Primero sólo fuiste ese amor típico infantil; luego pude ir aprendiendo algo de ti; después conocí tu música y finalmente... la noche nos cayó encima como un manto de terciopelo. No necesité ver la luna llena para saber que su otra mitad estaba conmigo.

Nunca, ni si quiera estando con Rock, nunca dejé de pensar o de sentir que eras esa parte tan vital de mí. 
¿Cómo explicarlo? Es como un mecanismo, un escenario donde siempre nos movemos al azar, pero alguna fuerza extraña acaba por llevarnos al mismo centro. Como si bailáramos en orillas diferentes y al final el agua nos alcanzara hasta reunirnos en la misma balsa. 
¿Qué probabilidades, cuántas posibilidades hay de que eso ocurra, de que nos haya ocurrido siempre? Y sin embargo, parece que no es nuestro destino volar juntos. Sólo a ratos, a cortos tramos, intensos e inolvidables retales de tiempo. 
Tú, tu poesía, mi enigma. Tú, tu guitarra, el código. Tú, tu sonrisa, la llave. Tú, tus ojos, ¿la puerta? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario