lunes, 30 de junio de 2014

La mala hostia, la mala suerte.

Para mí no era un juego. Nunca lo ha sido, aunque no sepa qué es. Nunca he cerrado la puerta, ni pienso darle la espalda. Que hunda la cabeza, que hunda los puños, no significa que me rinda. Sólo que me duele y me desgarra y que nunca he sido fuerte para ignorar las heridas. 
Un día escuché que la fortaleza ha de nacer de alguna parte, que ese origen era la fragilidad. Me parecieron ciertas las palabras pero una pobre excusa aplicada a la práctica. La realidad es otra, siempre ha sido otra cosa y no puedo superarla a base de citas inspiradoras, tan sumamente manipuladas y utilizadas. 
Importa muy poco cómo, cuándo, dónde, por qué, si... A nadie le importa si la carne no es propia. Puede que alguna vez, algunas veces, pero sí, con quien más tiempo vas a pasar en esta vida es contigo mismo, aunque encuentres a esa otra dichosa "mitad". 
Ojalá existiera la magia. Ojalá uno pudiera decidir qué siente y cuándo deja de hacerlo. Y como vemos, también la libertad y el sueño son limitados y fronterizos.

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