martes, 21 de mayo de 2013

Por detrás de la verja

Y sus ojos vagan sin rumbo, sin vida, sin brillo, buscando en el horizonte de polvo, desierto y agua estancada, la tierra lejana que añora, que le arrebataron, el hogar del que salvajemente le echaron. Le pesa la mirada y no conecta con nada, con nadie. Sabe que tiene que luchar, esperar, soñando en lo más profundo casi sin esperanza poder regresar, que llegue un día mejor. Hablar de hambre, de sed, de medicamentos que no existen, de consuelos helados y vacíos que no ayudan, eso ya no le sirve para nada. Hoy es un día más, una lucha constante, una supervivencia que no acaba ni si quiera mientras duerme. 
No habla, no dice, no expresa. Quizá ya ha llorado todo lo que podía llorar. Quizá ya ha visto tanto que nada más puede horrorizarle, y su vida se debate entre el recuerdo de un ayer, de una vida normal, cuando iba a la escuela, comía con su familia, jugaba con sus amigos, como cualquier otra persona. Y si pudieras hacer que te contara algo, nunca te acercarías mínimamente a su pesar, a lo que ha visto, a lo que ha sufrido. El shock, presa del miedo, callar es el único alivio. 
Más allá, otra mirada perdida en el centro de un rostro surcado de arrugas. Quizá este sea el último día de su vida, y a lo mejor no le importa, pero piensa en los suyos. Y no querrá morirse sabiendo que ellos van a tener que quedarse indefinidamente en este pedazo de rocas arenosas y polvo. Antes tenía una casa, no demasiados lujos, no grandes cosas, pero al menos estaban juntos, los niños comían y tenían lo necesario, y sí, podían vivir. Calla y sabe, presiente el futuro negro e incierto que se avecina, pero desesperar y perder la fe no es su misión en la vida. Mientras haya una mínima esperanza, rezará para que sea posible. 
Otra cara de arrugas mira fijamente la cámara. Su ojos oscuros sí mantienen un destello de firmeza, como si dijera: lo sé, algún día acabará y regresaremos a casa. Y prevé, e imagina, y aunque está cansada aún se le escapa una pequeña y tímida sonrisa. Si la fragilidad no hace frente a la miseria y resiste, ¿entonces qué les queda? 
El sufrimiento de dos criaturas pequeñas que luchan simplemente por ir a la escuela. Niños que han visto demasiada sangre, demasiadas bombas, que viven cada día como si fuera una carrera. Y no tendrán ni diez años y te dicen "Los mayores nos sacrificamos, pero ¿y los pequeños? ¿Qué culpa tienen ellos?". Niños que hablan de muertes y destrucción como si hablaran de coches que pasan, de pájaros que se posan en las ventanas o de cualquier hecho cotidiano. Entonces te das cuenta de hasta qué punto llega la supervivencia, cómo consiguen sobreponerse y acostumbrarse, aunque saben perfectamente que son barbaridades. 
Y si todos esos ojos oscuros, cejas negras y largas pestañas, labios sellados, gestos perdidos tuvieran la oportunidad de liberarse, te dirían que lo único que desean es volver a casa, a ese pedazo de tierra para algunos, hogar para ellos. Como si sólo por volver a cruzar una frontera sus problemas desaparecieran para siempre. Pero no, saben que la lucha continuaría, que continuará, y solamente quieren que suceda la más rápidamente posible para poder empezar, cuanto antes, a reconstruir los pedazos que quedan de sus vidas, a la espera de un día mejor.

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