miércoles, 1 de mayo de 2013

Y Mayo fue el fin del mundo

La cortina gris de lluvia por fin se hace a un lado y deja entrever los incipientes rayos. La mañana comienza, lenta y perezosa, y la noche azul retira su traje de terciopelo, llevándose su manto de estrellas consigo. La luna aún resiste, todavía quiere ver. Y, sin embargo, tu sonrisa hace rato que se ha apagado, al menos eso dicen los periódicos de entonces.
Me animé a cruzar la plaza y a asaltarte en un segundo por detrás de una columna, y mi error fue tan sencillo como pisar las baldosas equivocadas. No pisar las rayas, hay que respetar los márgenes, tus pequeñas barricadas. Pero entonces me dio igual, ¿sabes por qué? Porque si me hubiera ido sin decirte una sola palabra me habría matado el arrepentimiento. Echo de menos lanzarme de cabeza al agua y romper la superficie del agua helada, que se me encoja el corazón y se me detengan los pulmones. Atrapar el segundo y liberarlo de intenciones.

Todo aquello que yo quise simbolizar, pintar, escribir, soñar... Eso ya hace mucho que se me escapó. Hace meses que las cosas yacen inertes aquí alrededor, y trato de reavivarlas inútilmente. Quizá sólo duerman por ahora, y a lo mejor algún día podré volver a buscarlas. Y de momento tengo que irme desnuda, desarmada, pero aún insegura. No quiero decir que me importen los callos en los pies o las heridas que escuecen. Tengo miedo de no ser fuerte, lo suficientemente fuerte como para... Solamente quiero seguir. 
Hace justo ahora x tiempo, y también, anteriormente, xx tiempo, fue esta misma época del año, este mismo mes maravilloso. ¿Sabes que estoy enamorada de él? Siempre ha sido tan importante en mi vida... Tanto para hacerme feliz como para dejarme y verme derruida. Pero siempre he pensado que no lo merece, que no es sino la cumbre de la sonrisa, allí donde llega por fin uno y se mira a sí mismo, cerrando los ojos mientras el sol le da de frente. Ésa era mi visión. Ésa era ella al final de la escalera. 

Cada año, cada vez, ella se torna luna unos meses y sol los otros. O quizá no. A veces pienso que es la sombra del eclipse, y desaparece, pero más tarde resurge, y es como un fantasma, porque nunca la oyes llegar. A lo mejor es que nunca se va y siempre está aquí, aunque juraría que puedo notar el hueco vacío en mi pecho cuando se despide sin decir nada. Pero ella es así. Un día viene exaltada y toda colorada, y otros días se viste con la sonrisa melancólica y se va a dormir al amanecer. Y dirás que de qué te hablo, y yo te diría que no importa. Una vez te lo envié, seguramente ya lo has leído antes. Qué más da.
Y, sin embargo, es ella ese símbolo del que hablo. La mitad de una cosa, la cara de una moneda de la que nunca ves la cara oculta. Eso que eres tú, misterio infinito, luz propia, sentido-sin explicación. Ay, Dios...

Y vas a irte para siempre sin que haya habido una triste posibilidad. Realmente llegué a pensar que eras la pieza perfecta, aunque desde antes de conocerte ya supe que sería imposible. ¿Te la presento? Pues ésa es ella. Más bonita mil veces que todas las mariposas y gatas con las que te enroscas, intocable y libre, pero nunca mía, sólo parte de mí. Yo no soy ella, pero cómo decirte... Es mi flotador. Sólo ella me rescata, una y otra vez, desde que puedo recordar. Fue quien apostó por ti, mucho antes de que yo si quiera me diera cuenta. Llegó a confundirme tanto que creía haberte conocido antes incluso de saber que existías. ¿No es absurdo? Pero ella es fantasía. Ella es la que te escribe y te dedica, la que te pide y te suplica, la voz sin sonido, el susurro sin aliento que te sopla la nuca y desea ponerte la piel de gallina. Ella. 

Me mira seria y firme, decidida pero sé que no tiene ni idea de a dónde va. Es una triste flor que vaga sin rumbo, que dibuja sus pasos por el mundo creyendo que cualquier suelo es arena dorada. Me hace reír el ver que está tan sumamente equivocada y me dejo llevar. No tengo tampoco a dónde ir si no es con ella. Y empieza su baile, su camuflaje, me nubla los sentidos y se va disipando en el tiempo. Cómo sé que está, pues no lo sé. Acabo por sentirla o presentirla, no puedo decirte. Me pierde en un laberinto que finge casualidades con la esperanza de que alguien crea que era predestinación.
Es demasiado orgullosa para admitir que contigo también se equivocó y necesita que yo dé la cara, por mí misma. Sí, es absurdo. Pero insiste en que piense e imagine, que me identifique y sienta las letras de las canciones, que recuerde frases de libros y sueñe y navegue por ese mundo azul que ella habita. Sé que es ahí donde reside el sentido de la vida, de mi vida, si es que tiene alguno y ahora me pide otro momento tragicómico y novelero de lágrima fácil o sonrisa irónica:

 "Anduve poco y nada, mucho y demasiado, sabiendo que iba a encontrarte, aunque anduve fingiendo que no te buscaba. Y así llegué a ti, haciéndote desplegar las alas y viéndote huir, mientras me quedaba con las uñas clavadas en el suelo, mirándote a lo lejos. Así llegué al fin del mundo en un día como estos".

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