jueves, 13 de noviembre de 2014

II

Siempre he pensado que lo de llegar tarde al final forma parte de la naturaleza de uno mismo. Al menos ése es mi caso. Siempre llego tarde, demasiado tarde, y no sé si para cuando llego merece la pena. Pero oye, igual la risa que me ha dado después de hacerlo, compensa el haber llorado tanto, el haberme encerrado con esa necesidad exclusiva. Sinceramente, pensaba que no me podía estar pasando, que necesitaba volver a meterme en la cama, hundirme para sentirme mejor. Quizá fuera necesario para cuadrarme un poco. Hoy he pensado que realmente estaba mal, muy mal. Y no sé, supongo que dos días sin dormir más que seis horas en total ponen de los nervios a cualquiera. 
Quizá no merezca la pena. Nunca veré eso de cerca. Resulta que puede pasar el tiempo y que los nudos indestructibles un día se aflojan. Se aflojan y veo una brecha. Puede que esa brecha me deje ver cierta luz, cierta realidad. Y quién sabe, a lo mejor esa realidad vuelve a reducirte a un segundo, te me baja del pedestal. 
¿Sinceramente? Llegar tarde y reírme. Llegar tarde y decir que empiezo para cortar definitivamente la raíz de la locura. Si una vez funcionó, no hace mucho tiempo con otra persona, ¿por qué contigo no? =) 
Lo que me hace gracia ha sido descubrir que el ídolo tiene ídolos, ídolos que están por encima de él. Eso te reduce un poco en la realidad y es lo que necesito que pase, desidealizarte. Por algún lado hay que empezar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario