martes, 18 de noviembre de 2014

Mundo inerte

Me gustaba imaginar que me hallaba ante las puertas del paraíso, que cada vez que las cruzaba no iba a un refugio, sino a mi verdadera casa. Pero eso fue hace mucho y el lugar, poco a poco, se fue convirtiendo en las ruinas de un mundo perfecto. Ruinas fueron el tiempo detenido, el silencio absoluto, el brillo apagado de sus paredes y suelos azules, y aún así, parecía que todavía quedaba algo. Quizá una chispa de vida escondida en algún lugar. Siempre pensé que la Reina de Mayo volvería en algún momento, o quizá El Cuervo, o la suerte. Tal vez la luna. 
Un día simplemente era una especie de judía encogida sobre mis miembros, para después volver a convertirme en el Lobo Negro, el símbolo de la locura, la oscuridad, que prefería esquivar aquellos miedos y encontrar la manera de no enfrentarse a ellos. El futuro no era un sueño, sólo una pesadilla propia de un niño pequeño. El futuro no tenía nombre, ni consistencia real en algún sueño o deseo. Tampoco formaba parte de mis ganas llegar tan lejos. Eso era lo que realmente me paralizaba, descubrir que más adelante no había nada. 

Pero para qué contar los caminos andados y volver a deshacerlos en pasos inexistentes. Huellas invisibles de un recorrido que yo no elegí, una tortura a la que siempre fui contraria pero que, tal como marca la ley de las circunstancias, simplemente no pude evitar. De ese modo dejé de entrar en ese Mundo Azul, el lugar que se erigía como la promesa de un algo mejor, de un futuro que, siempre y cuando no fuera perfecto en realidad, para mí sí lo era porque era lo único que tenía. Era lo único que realmente podía decir que yo había construido, no propiamente con mi imaginación, pero sí cosiendo durante años lo que toda la gente que conocía me iba aportando. Por eso era mío, porque sólo yo sabía en qué lugar, en qué rincón se escondía cada significado, así como la relevancia de aquel. 
Llevo mucho tiempo intentando darle de nuevo algo de vida, tratando de recuperar la luz de entonces y es hora de que me dé por vencida. Si me rindo, lo hundiré finalmente debajo del mar, del océano insondable que es el mundo, la vida en sí misma. Lo eliminaré hasta que no sea más que recuerdo, y ni si quiera éste podrá servirme ni reconfortarme nunca jamás. No se trata de ninguna aberración ni tan sólo fantasía. No se trata de un castillo en el aire; de un amanecer, de primavera o verano, con su luz azul en torno a las 7 de la mañana; o de un tonto delirio febril. En parte sí lo es, pero si tuviera que definirlo así, sólo estaría describiendo una cara de la moneda, la parte iluminada, quedando en la retaguardia esa cara de la luna que nunca llegamos a ver. 

Es cierto que está construido sobre la imaginación, que se alimenta de la propia vida, de la ilusión. También está hecho de locuras y deseos, de cuentos, de decepciones, de mareos, de promesas incumplidas, rotas, vacías, olvidadas... De daños, de alegrías, de lágrimas y de risas. Me sirvieron tanto ogros como hadas, como caminos de piedra de un noviembre dorado, y soles de mayo que yacen encendidos artificialmente. Tiene pequeños detalles de amigos y horribles gestos de personas que creí importantes. Esconde en sí mismo todas las noches que la música hubo de salvarme, así como todos los días en los que dormir o rendirse no me estaba permitido. En alguna parte estarán mis alas, así como todas las cartas escritas a Nadie, a Alguien y a mí misma. Allí están todas las voces cuyas canciones y versos escriben esas paredes, por no decir los libros que hacen de pilares de este mundo ya vacío. Con él hundo para siempre mi último cartucho, la decisión definitiva de desaparecer y darlo ya por perdido. Sinceramente lo he intentado, era lo que más quería. En su momento creí que cierto rayo de sol le devolvería la vida, y en realidad ha sido sólo rayo. 
Así que únicamente deseo que se hunda, que se pierda y se me olvide. No merece la pena seguir esperando. No merece la pena creer que hay ciertos vacíos capaces de llenarse alguna vez. El verdadero valor de este mundo es que era una promesa, por eso yo no suelo comprometerme ni prometo nada, porque sé lo imposible que es verse dentro de un papel que no queremos tener. No cumplo nunca las expectativas de los demás, por eso no me atrevo a tenerlas sobre nadie. Solamente digo que, si sabes que no vas a poder hacerte cargo de algo, que a veces es mejor no pronunciar las palabras que terminen por sellarlo. 

Imagino que desde algún lugar estás mirando, que desde alguna parte estás leyendo, esperando que llegue el día en que se me pase cualquier ataque de locura. Y simplemente te digo que esto es para siempre, pero que una se deshace de las cosas que dejan de serle útiles, por más que quiera arrastralas consigo. Supongo que en algún momento empecé a cambiar, aunque casi no lo note, y por eso ya no tengo esa capacidad para fantasear, para creer que las cosas todavía pueden ser. Y no tiene sentido perderse intentando resucitar aquello en lo que la realidad ya no te permite creer. Sé que es sólo autoprotección para que no me ilusione, pero necesito detonar este rincón maravilloso. ¿Sabes por qué? Porque de ahí nació mi delirio. 

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