jueves, 20 de noviembre de 2014

IX-X

Paso de la euforia al salvajismo, del salvajismo a la tristeza, de la tristeza al salvajismo, y al final es lo único que queda. Una simpleza llana, absurda, límite, para la que no hay muros de contención. Querría ser racional pero no puedo. No me sale. No puedo estar capacitada para tomar decisiones si un estado así me embarga constantemente. No puedo renunciar. No puedo aceptar. No puedo avanzar. No puedo liquidar más el tiempo. No puedo dejarlo estar. Simplemente, cae la noche y no quiero dormir, pero quiero dormir para no pensarte, para no saberme más sola a estas alturas. Porque de noche no se puede hablar con nadie. De noche no se molesta a la humanidad, por eso estoy fuera de ese juego, porque hace mucho tiempo que solamente soy  un pedazo de carne. Prácticamente desde que me concibieron. 
Si tuviera vajillas físicas que romper, serían una cadena infinita de catástrofes hechas añicos. Añicos que luego intentaría pegar y recomponer, mientras sigo rompiendo más y más. Pero esos pedacitos no se reducen jamás lo suficiente, nunca son polvo. Y si no son polvo, no desaparecen nunca. Si no desaparecen, me ahogan. Y me están ahogando. Y ya no quiero. Ya no quiero dormir para no darme cuenta de que todo es un pequeño lapsus de tiempo. Porque el día es la ficción. Porque la noche es mi realidad. La noche es mía. La noche soy yo. La noche es oscura y fría. La noche es solitaria, vagabunda, siempre perdida. No tiene sol que la alumbre, sólo sombras que llegan desde lejos para hacerla peligrosa, silenciosa, perturbadora. Y el silencio y la soledad son esos huecos vacíos de sus calles a los que tanto temo. El miedo a quedarme ciega y sorda del todo, pero nunca muda. Nunca puedo perder la voz. Nunca se interrumpe este hilo maldito que se llama pensamiento. Eso jamás deja de apresarme, de torturarme, de dejarme claro que es él quien manda, que yo sólo aporto los ojos que lloran, la impotencia muscular, las ganas de desaparecer bajo la tierra o esfumándome en la nada. Y el día sólo es ficción, porque la noche no camufla las locuras, sólo las potencia, las construye, las transfigura, las corrige, las llena, las hace verdaderas. Durante el día es posible llevar un traje. De noche, el traje se te hunde en la piel, y se queda contigo para siempre, esperando simplemente a que te mueras. Hay muchas formas de morir, pero ella usa la peor: matar en vida es más eficaz. Luego cada uno, toma ya la salida que cree conveniente. Y yo no puedo salir. No puedo dejar de pensar. 

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