miércoles, 5 de diciembre de 2012

20 y 21 de Mayo de 2010


Abrí los ojos y la miré. Sus formas se adivinaban bajo las sábanas revueltas, y ella dormía profundamente. Su cuerpo me daba la espalda, y era mejor así. De haberla mirado fijamente a la cara seguro que se habría despertado. Y una vez más me asaltó la duda. ¿Qué tenía ella? ¿Por qué ella? Además, ¿quién era ella? Después de cada noche a su lado no podía evitarlo. No puedo evitarlo.
La luz entraba por la ventana que hay frente a esa lado de la cama donde ella estaba. Yo no me atrevía a moverme, por si se despertaba. No quería hablarle. No quería mirarla a los ojos, esos ojos marrones del montón que me atrapan. O quizá sea por las pestañas, o por las motitas verde oscuro que he descubierto en el fondo de sus ojos, obligándola a mirarme de cara a un rayo de sol.
Era otra maldita mañana de domingo a su lado en la que me despertaba pensando en un sueño precioso. Y me puso de mal humor que ella estuviese allí, tumbada a mi lado. Pero por más que busque justificaciones y trate de entender qué hace ahí, no puedo. Tan sólo puedo hacerme una y otra vez la misma pregunta: ¿Por qué no eres tú?
Porque eres tú quien aparece una y otra vez en mi cabeza, poblando cada recuerdo, cada momento vivido que tengo presente. Ere tú a quien veo en sueños, a quien sonrío, a quien beso, a quien extraño, a quien necesito, pero sobre todo, a quien quiero. Porque eres tú la única persona con quien me entrego, con quien tengo la necesidad de algo más. Porque eres tú y sólo tú lo que yo busco.
Y no. Me pierdo mirando su espalda desnuda, su melena castaña desperdigada sobre la almohada, tratando de imaginar que eres tú. Cavilo entre si no sería mejor tratar de olvidarte y empezar a convencerme de que ella podría ser alguien importante en mi vida, o si por el contrario, debería dejar de fingir, decirle adiós y ahogarme en tu recuerdo.
La miraba y odiaba que estuviera allí, tumbada de espaldas, en tu lado de la cama. Mi cama. Tu cama. Y no sólo eso, sino que traté de culparla de algo, quizá de que tú ya no estuvieras allí. En ese momento se convirtió en una usurpadora.
A penas se movió un poco y eso hizo que volviera a la realidad. La irracionalidad dejó de nublarme las ideas y acepté que ella era tan sólo un capricho. Una víctima de mi egoísmo. Entonces, ¿por qué sigo quedando con ella? ¿Qué fue lo que hizo que me decidiera a lanzarme? ¿Qué tiene que me impide renunciar a ella también?
Recuerdo que miraba el suelo fijamente, que parecía estar a punto de llorar en cualquier momento y que, simplemente, parecía demasiado pequeña, demasiado frágil. Y cuando levantó la mirada y la vi tan perdida...Creo que algo se me rompió por dentro. Entonces imaginé que a lo mejor yo podía hacer algo, romper aquel ensimismamiento y su tristeza, hacerla reir y traerla de nuevo a la vida. Así que me acerqué y me sorprendió porque de cerca era...Guapa no era la palabra pero tampoco sé cómo describir esa sensación.
Y poco a poco fuí rompiendo el hielo, quizá me motivó su rotunda negativa y el deseo de poseerla. En ese momento tu recuerdo no me hacía daño y era un hueco, un vacío sin vida. Pero todo acabó el día que ella cedió. Mis ilusiones desaparecieron, y parecía que se las había transmitido a ella. Fue al descubrir que ella no eras tú, que no besaba como tú, que no sabía...Al fin y al cabo, ella no tiene la culpa de que yo te eche de menos, pero es que no puedo olvidarte.
Era otra maldita mañana de domingo en la que, como ya de costumbre, yo pensaba en ti mientras la engañaba a ella. A lo mejor debería decírselo, pero lo pienso y necesito saber que está ahí. Sé que ella espera algo más y que poco a poco me necesita cada vez más. Y no sé si voy a poder corresponderle, no ahora, sino algún día.
El sol entraba ya con fuerza por la ventana y ella se despertó. Se dio la vuelta, sonriendo y dando los buenos días. Se detuvo para examinarme y preguntar qué pasaba. No pude responder, tan sólo sonreí y ella alargó su mano para acariciar la mía. No me soltó y no supe qué hacer. Y sin más me levanté y me vestí, con ella pegada a mis talones.
Buscaba mi mirada, pero yo no podía mirarla a los ojos. Habría leído la incertidumbre y la confusión en ellos. Y no quería verla otra vez a punto de llorar. Más tarde, como si hubiera comprendido que allí ya no pintaba nada, me dijo que se iba, sin más. Tampoco me preguntó si la llamaría más tarde, si estaba enfadado con ella o qué.
Me asomé a la ventana y la vi alejarse. Se iba lentamente, ajena a todo. Porque ella no sabe que ese hueco vacío de sábanas revueltas no le pertenece, ni sabe que tiene una dueña aún. Nunca he podido hablarle de ti, pero se lo imagina. Se imagina que aún hay alguien en quien pienso.
Por la noche, cuando llegamos al Wall, estaba sonando una canción que, antes de recordarme a ti, me trajo la sonrisa de ella y no pude evitar sonreir yo también. No sé por qué ocurrió, pero alejarme de ella hizo que volviera a llamarla. Aquellas canciones que escuché hacen que quiere poderla amar, darle lo mismo que a ti...
Se va y hace que vuelva el encanto de haberla conocido. ¿Por qué?

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