miércoles, 5 de diciembre de 2012

7/7/2010


Es como...como si dijéramos...
Un año es como un tarro de galletas. Sí, eso es. Así que, la vida sería el almacén de galletas, donde están los tarros, o las galletas empaquetadas, o como sea. Y un día, cada día, es una galleta.
Entonces, día tras día, o galleta tras galleta, vas tragando todo. Algunas galletas son mejores que otras: unas son de chocolate, otras rellenas, unas con pepitas de chocolate, otras saladas...Y, bueno, siempre habrá alguna rota, a medias, mal moldeada o que no te guste (quizá una integral).
Pero lo de menos es pensar en galletas, sino en tragarlas. Eso es lo único que importa. Y lo mejor es, sin duda, disfrutar de cada una de ellas. Aunque siempre llega el momento en que te hartas de comer galletas, sobre todo cuando son todas iguales y te aburre el sabor. Entonces, caes en la monotonía.
Hay galletas que te encantaría tirar, hacerlas desaparecer como sea, sin tener que comerlas, y es frustrante. También ocurre que a veces se nos queda atascada en la garganta, haciendo que el tiempo no avance ni un segundo. ¡Y no hablemos ya de la indigestión y del vómito! Y sí, es que a veces también ocurre que deseas vomitarlas.
Esto de la galleta no es más que un empacho mental producido por el calor, el aburrimiento, la monotonía, la falta de sentido de las cosas...(aunque no hace falta que lo jure, o intente reafirmarlo).
Así que, lo único que se me ocurre es mandar las galletas a la mierda, para no tener que tragar más y romper el tarro de una vez. Para siempre. Obviamente es la vía fácil, pero la única efectiva cuando todo a tu alrededor y todo lo que se te pasa por la cabeza no es más que una puta mierda.
[Y es que es normal si las galletas vienen envasadas al vacío, ¿no? Por eso los días también están...vacíos.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario