martes, 18 de diciembre de 2012

Wiiiiii!

Estar en la cumbre de la sonrisa, poder alargar el brazo y acariciar la noche, ¿seguro? Seguro. Mira la luna, mira las estrellas, mira cómo las nubes les abren paso, como si supieran que estás aquí y quieres verla. Y cerrar los ojos en medio de esa embriaguez. Ay, felicidad... ¡No te vayas nunca!
A los pies de la montaña, allí donde se acumulan lágrimas que penetran la tierra. Es aquí donde puedes tocar la tierra, húmeda y blanda, donde el agua de las tormentas cae, en una nube gigante de verano que te recuerda a tiempos más felices. Me he preocupado lo suficiente como para que no me ahogue. Ya ves, quizá he conseguido aprender de mis errores.
Y en la curva de la contradicción, allí donde se unen ambas cosas, puedo decirte que prefiero sentir la intensidad de los extremos para poder vivir más tiempo en equilibrio, o al menos en el intento. Algún día elegí la montaña rusa, probablemente fue antes de nacer. ¿Me arrepiento? Quién sabe. Cuando llegue el final de la vida te diré si es cierto o no que sólo las cosas buenas son las que se recuerdan. 

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