domingo, 16 de diciembre de 2012

andidon'tknowwhati'vedonetome

Llega un momento en que desaparecer de la vista de todos y de nadie es lo único que apetece. Saberte invisible, para bien y para mal, como si nunca hubieras existido. La incapacidad de hacer daño, la capacidad de dar algo mejor. Un hueco libre, un hueco vacío, un algo que nunca existió.
El mundo no sería mejor ni peor. Cada día pasa eso: mueren millones de personas y realmente no significan nada, nada salvo para alguien, o quizá unos pocos. Pero tendemos a olvidar y la vida nos hace enterrar. Si no enterramos al recuerdo, la vida nos entierra a nosotros. Caminar, hay que caminar, sí o sí. 

Y llega un momento en que te planteas si realmente existe la libertad, si alguna vez lo fuiste, y hasta si tal vez quieres serlo. A veces creo que todo son cadenas, que no hay nada puro, nada que merezca la pena. Otras pienso que estar atado y rebelarte con toda la fuerza y energía que se pueda, con todo lo que tengas a mano, es el único movimiento verdadero que podrás hacer en tu vida. Algo así como gritar. Y cuántas veces creo, caigo y vuelvo a creer que más allá de ese cielo azul, aunque no haya una mierda de paraíso ni cuentos de edenes perdidos, se puede abrazar esa plenitud que te vacía de venenos materiales.
Una vez, sólo una vez en mi vida, pude experimentar realmente lo que era la paz interior. Una vez que me quedé dormida y no sentía mi cuerpo, pero llamaron a la puerta y me sacaron del sueño. Otra noche pensé que me iba, que me iba felizmente creyendo haber vivido todo lo que tenía que vivir. Solamente tenía 14 años y 41º de fiebre. Y solamente hay un lugar en el mundo donde se quedó esa última parte de mí con la que quiero reencontrarme para decirle, para que sepa que hay más, que puede estallar esa burbuja sin miedo. Sé que no se puede volver al pasado pero en esa parte ilógica de mi cabeza aún me veo rota tumbada al sol en una montaña.

A veces te embarga tanto la sensación de estar en medio de nada, de andar perdido en sabe Dios qué movidas, que no entiendes ni las palabras más sencillas. Lo único que haces es dar vueltas, girar sobre tu propio cuerpo, intentando encontrar una cara o una mano que se ofrezca voluntaria a sostenerte 5 minutos. Pero sabes que eso no va a pasar, y entonces quieres volver, pero ¿volver a dónde? Los últimos refugios que se te ofrecieron ya no están en pie o están demasiado lejos, y tienes que dejar pasar un espacio de tiempo muy grande, tiempo en el que te puedes volver más loca aún, perder más de lo que ya nunca tendrás, gastar tontamente paciencia y tiempos invisibles que no te corresponden. 
Sabes que el día no llega, no llega hasta que llega. Y llegó. Entonces lloras, lloras sin remedio y sólo piensas en meter la cabeza entre las sábanas. Te preguntas si hiciste algo para merecértelo, te interrogas una y otra vez, analizando, comparando, intentando comprender la suerte. Pero ¡te equivocas! Como siempre. Sabes que si ésa fuera la respuesta la vida no tendría sentido. Lo único que da sentido a la vida es el cúmulo de errores y triunfos, de caídas y levantamientos. Entonces te animas con un "talvez" y sigues, sigues un poco más cada día. Pero en tu caso, esa voz que siempre se quiso llamar instinto te dice que siempre hay alguien que rompe la norma, y por narices has de ser tú, porque lo llevas inscrito, grabado a fuego en el genoma/destino/naturaleza/formadeser/futuro/loquesea. 
Y aunque sabes que nunca vas a poder cambiar, te enorgullece creer que ya has dado un pasito más en otra dirección, en algo que te convierte en alguien mejor, a pesar de que lo básico no cambia. Te das cuenta de que un pasito más es lo que tu abuelo te dijo: al final enlazas un año y otro y otro, y la vida nunca es suficiente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario